Los
científicos de la Antigüedad creían que, al morir, quedaba grabada
en la retina de nuestros ojos la última imagen que habían visto.
Suponían, por tanto, que buscando en ella encontrarían el rostro
del asesino en el momento de asestar la puñalada definitiva, como si
se tratara de una placa fotográfica, revelando su identidad. Por ese
motivo, las víctimas de crímenes violentos aparecían con
frecuencia con las cuencas de los ojos vacías.
Hoy
sabemos que no es así.
Sin
embargo, los asesinos, precavidos, siguen matando por la espalda.
Aquí yacen dragones, 2013.
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