Cierta vez, entre las
colinas, vivía un hombre poseedor de una estatua cincelada por un
anciano maestro. Descansaba contra la puerta cara al suelo. Y él
nunca le prestaba atención.
Un
día pasó frente a su casa un hombre de la ciudad, un hombre de
ciencia. Y, advirtiendo la estatua, le preguntó al dueño si la
vendería.
-¿Quién
desea comprar esa horrible y sucia estatua? -respondió el dueño,
riéndose.
-Te
daré esta pieza de plata por ella -dijo el hombre de la ciudad.
El
otro quedó atónito, pero complacido.
La
estatua fue trasladada a la ciudad sobre el lomo de un elefante. Y
luego de varias lunas el hombre de las colinas visitó la ciudad y,
mientras caminaba por las calles, vio a una multitud ante un negocio,
y a un hombre que a voz en cuello gritaba:
-Acérquense
y contemplen la más hermosa, la más maravillosa estatua del mundo
entero. Solamente dos piezas de plata para admirar la más
extraordinaria obra maestra.
Al
instante, el hombre de las colinas pagó dos piezas de plata y entró
en el negocio para ver la estatua que él mismo había vendido por
una sola pieza de ese mismo metal.
El vagabundo, 1976.
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