Cinco minutos antes de la
salida del tren encontré mi compartimiento en el coche cama. Por
suerte sólo estaba ocupada una litera, sin contar la mía, así que
podía esperar una noche tranquila. Alguien ya
estaba acostado en esa litera; desde debajo de la manta que le cubría
hasta la barbilla asomaba una nariz puntiaguda y pálida.
En
seguida dejé de verlo, porque tras haber dicho “buenas noches” y
sin haber recibido respuesta -mejor, eso quería decir que ya estaba
durmiendo y que me ahorraría tener que cumplir con las obligaciones
sociales-, me senté en la litera de abajo y empecé a desvestirme.
-¿Fuma
usted? -oí la voz desde arriba.
-No,
gracias.
-No
soporto el humo.
-Puede
estar tranquilo, no fumo.
-Pero
si usted fumara yo no podría soportarlo. Tengo los pulmones muy
sensibles.
-Lo
siento por usted, pero no tiene nada que temer.
-Tal
vez usted fume, pero ahora se esté deshabituando. Le entrarán las
ganas a media noche y no podrá aguantarse.
-No,
no he fumado nunca.
La
voz calló. Me quité un calcetín.
-Pero
tal vez empiece.
-¿El
qué?
-A
fumar. Los hay que empiezan incluso a edad avanzada.
-No
tengo esa intención.
-Eso
es lo que se dice y después se hace otra cosa. Y yo no podría
soportarlo.
-Por
lo demás no llevo tabaco.
-Entonces
lo pedirá al revisor.
-No
se sabe si fuma.
-¿Y
si fuma?
-Entonces
saldría al pasillo, no fumaría en el compartimiento.
-¿Y
si se atasca la puerta?
-No
importa, porque yo no fumo, no he fumado nunca y no tengo ganas de
comenzar a fumar. Buenas noches.
Dije
“buenas noches” antes de tiempo, ya que me quedaba aún la camisa
y los calzoncillos. Pero quería cortar la conversación.
Me
salió bien, aunque no por mucho tiempo. Apenas había logrado
quitarme la camisa cuando de nuevo se oyó su voz:
-¿Usted
no apaga la luz?
-Sí,
pero primero tengo que desvestirme.
-Hay
quienes gustan de leer antes de conciliar el sueño y yo entonces no
puedo dormir. Soy sensible a la luz.
-Soy
analfabeto.
-Puede
mirar las ilustraciones.
-Aquí
no hay ninguna revista ilustrada.
-¿Y
fotos? Seguro que llevará usted una foto de su mujer. Y la mirará
antes de dormir.
-Estoy
divorciado.
-¿Y
los hijos?
-No
tengo hijos.
-Todo
el mundo tiene a alguien próximo.
-No,
no llevo ninguna foto. ¿Quiere registrarme?
-Si
no son fotos, seguro que querrá mirarse los granos en un espejo, o
qué sé yo… Y yo no lo soporto…
No
terminó, porque apagué la luz. Suspiró y se hizo el silencio, y yo
ya estaba a punto de coger el sueño cuando me llegó una pregunta:
-¿Usted
ronca?
-No.
-¿Por
qué?
-Por
casualidad.
-Es
extraño, en general todo el mundo ronca y a mí me molesta. Tengo el
oído hipersensible.
-Lo
siento, pero no puedo servirle.
-¿Está
seguro de que no ronca?
-Del
todo. Y ahora permítame dormir, estoy muy cansado.
Me
lo permitió. Me despertó una luz fuerte y las sacudidas en un
brazo.
-¡Oiga!
¡Oiga!
Vi
su nariz puntiaguda junto a mi cara. Asomado hacia abajo desde su
litera, me tiraba de la manga del pijama.
-Oiga,
si usted no fuma, no ronca y no deja la luz encendida, ¿qué es lo
que hace?
-¿Quiere
saberlo?
-¡Sí!
Porque seguro que tiene que hacer algo, solo
que aún no sé lo que es. Y eso me inquieta tanto, que no puedo
dormir.
-Estrangulo.
-¿Qué
dice usted?
-Estrangulo.
Con las manos o con ayuda de una cuerda. ¿No ha oído hablar del
famoso Estrangulador del expreso nocturno? Viaja generalmente en esta
línea. Compra el billete de un coche cama como cualquier pasajero
inocente y luego, por la noche, estrangula. Con preferencia, claro
está, cuando en el compartimiento, aparte de él y de la víctima,
no hay nadie más. Es
un degenerado y ese degenerado soy yo.
Ya
no fui molestado hasta la mañana. Cuando de madrugada salí al
lavabo me lo encontré en el pasillo con la gabardina puesta y la
maleta. Se había pasado toda la noche sentado encima de ella. Al
verme se levantó y arrastrando la maleta se alejó al otro extremo
del pasillo.
Sentí
pena por él: la vida de un hombre sensible no es nada fácil.
Juego de azar, 1991.
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