miércoles, 11 de diciembre de 2019

Gallina en Nueva York. Jaime Muñoz Vargas.

Lo que cuento es real. Andaba en Nueva York con mi amigo Fabián Vique, argentino, cuando vimos una gallina por la quinta avenida, muy cerca del hotel donde paramos para asistir a VI Encuentro Internacional de Literatura Surrealista organizado por la Universidad de Miami Campus Minnesota. El caso es que caía la tarde, íbamos de regreso al hotel y vimos la gallina. La seguimos, intrigados por su paso seguro y la certeza de que sería apachurrada por algún brutal neumático. La gallina, sin embargo, hacía alto en las esquinas, esperaba el rojo, avanzaba como si conociera todo el mecanismo de la vida en esa urbe. Vimos que entró a un bar, que con inglés perfecto pidió una cerveza y que bebió en paz, como burócrata cansado frente a la barra. Nosotros aprovechamos para pedir un par de Heinekens hasta que, por fin, la gallina pegó un salto desde el asiento alto y sin respaldo, y salió entera, campante. Fabián y yo no lo creíamos. Fuimos con el cantinero y le dijimos que aquello era insólito. El barman, un joven de evidente origen puertorriqueño, respondió:
Jajaja, es lo ma nolmal, en Nueva Yolk ya nada nos asombla. Jajaja.
Fabián, al margen de toda exaltación, con su habitual serenidad, resumió la escena en forma de microrrelato clásico:
No sé si somos nosotros soñando una gallina en Nueva York o una gallina en Nueva York soñando con nosotros.

 

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