martes, 3 de diciembre de 2019

Princesas: no existen... pero que las hay. Pablo San Cristán.

El rey publicó un edicto: la Princesa se casaría con quien le llevase el más valioso regalo. Desde todos los puntos cardinales llegaron Príncipes que hacían gala de su riqueza, llevándole costosos presentes. Pero ella los despachaba con desdén. De pronto, llegó un humilde joven con una piedra.
—¿Una piedra? —preguntó ella, con la expectativa de escuchar la trama que llevaría, como es usual en el género, de una afrenta a una moraleja.
—Es mi corazón, Princesa. Lo más valioso que tengo. Si lo llenas de amor, se tornará tierno.
—Y, entonces, se supone que yo interprete erróneamente tu regalo, y luego me enmiende, para que al final haya cuento… ¿no?
—Algo así —dijo desconcertado el joven, pues era evidente que no habían estudiado en el mismo colegio.
—Eso se demoraría mucho y éste es un relato breve —aclaró ella—. Pero, aun en caso de que funcionara, ¿no te das cuenta de que ya la magia no interviene en el ascenso social? ¡Ten, ponte tu piedra, antes de que tengas una complicación cardíaca en medio de Palacio!
El joven se fue sin entender por qué le habían empacado un plato de perdices para llevar y, de paso, dejó a los lectores sin saber cómo terminaba la historia de la Princesa.


 

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