Descendió del tren en una estación
cualquiera de un pueblo desconocido, y la esperó.
Después,
entró en los subsuelos de las catedrales, donde el silencio, de tan
espeso, late, y la esperó.
Después
la esperó subido a los árboles, a los puentes, a las terrazas, a
las torres, a las montañas, a los aviones, a las nubes del sueño y,
acaso, a algún ángel.
Después
la esperó en la intemperie del invierno más impiadoso, temblando no
de frío sino de esperanza, y además bajo la lluvia la esperó,
hasta que el agua dolió como pedradas.
Llegó
también a comprar un telescopio y esperó verla aparecer de entre
los astros.
Lo
encontré sentado en el banco de un parque, en silencio, mirando
ardiente más allá de los árboles, del tiempo, del desvarío. Le
pregunté: -¿A quién espera tan tenazmente? Sin dejar de mirar el
fuego de la distancia, contestó: -A la Felicidad. ¿A quién otra
podía ser? Me senté a su lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario