sábado, 23 de enero de 2021

Hombre de mucha fe. Eugenio Mandrini.

Descendió del tren en una estación cualquiera de un pueblo desconocido, y la esperó.
Después, entró en los subsuelos de las catedrales, donde el silencio, de tan espeso, late, y la esperó.
Después la esperó subido a los árboles, a los puentes, a las terrazas, a las torres, a las montañas, a los aviones, a las nubes del sueño y, acaso, a algún ángel.
Después la esperó en la intemperie del invierno más impiadoso, temblando no de frío sino de esperanza, y además bajo la lluvia la esperó, hasta que el agua dolió como pedradas.
Llegó también a comprar un telescopio y esperó verla aparecer de entre los astros.
Lo encontré sentado en el banco de un parque, en silencio, mirando ardiente más allá de los árboles, del tiempo, del desvarío. Le pregunté: -¿A quién espera tan tenazmente? Sin dejar de mirar el fuego de la distancia, contestó: -A la Felicidad. ¿A quién otra podía ser? Me senté a su lado. 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario