El escalador asciende sin cuerdas por
la pared de roca, está solo, ayudado únicamente por sus manos que
arañan cada mínimo punto de apoyo para seguir hacia lo alto. El
escalador es joven pero al cabo de una hora de duro esfuerzo la
fatiga comienza a presentarse en una debilidad creciente en sus
brazos, en los cada vez más frecuentes calambres de sus piernas que
le ponen al borde de una caída que podría ser mortal desde esa
altura y él lo sabe, pero sigue ascendiendo, aunque sus manos se
equivoquen y se sujeten a puntos de apoyo que no lo son y las piedras
soltándose de pronto le recuerden que está en el límite de sus
fuerzas y que no fue buena idea la de venir sin cuerdas. Mira hacia
lo alto, le quedan escasos metros para llegar a la cumbre, allí en
el borde del despeñadero, asomados, esperando que caiga como antes
lo hicieron otros escaladores, expectantes le observan una veintena
de buitres, en sus fijas miradas, la ansiedad, la espera del festín.
.......
El
escalador sabe que no hay esperanza, el próximo intento puede ser
el de la caída, siente que las fuerzas le han abandonado y ahora
ni siquiera tiene ánimos para seguir, tan sólo de permanecer así
sujeto en la pared vertical, agarrado a la roca hasta que los
músculos aguanten. Bajar es imposible, ascender también. Entonces
se acuerda de lo que tantas veces su padre le contó sobre la guerra
en aquel lugar, de como en 1936, falangistas y requetés arrojaban
desde lo alto de ese mismo despeñadero, conocido popularmente en
Urbasa como el Balcón de Pilatos, a todos aquellos denunciados por
“rojos”. Sí, él ha visto mientras ascendía los huesos de todas
aquellas pobres personas desperdigados por todas partes, mezclados
con las piedras de las torrenteras, enredados entre las ramas de los
árboles que surgen de la pared rocosa, cráneos, tibias, manos...,
huellas blancas como actas notariales de un tiempo atroz.
.......
Pronto
sus huesos se mezclarán con todos ellos –piensa el escalador–
tan sólo un instante antes de despertar convertido en buitre
esperando ansioso junto con sus compañeros que ese diminuto
escalador que tiembla junto a la pared caiga al fin de una santa
vez.
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