Y tú me dices
que
tienes los pechos rendidos de esperarme,
que
te duelen los ojos de estar siempre vacíos de mi cuerpo,
que
has perdido hasta el tacto de tus manos
de
palpar esta ausencia por el aire,
que
olvidas el tamaño caliente de mi boca.
Y
tú me dices que sabes
que
me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre,
de
lastimar mis labios con la sed de tenerte,
de
darle a mi memoria, registrándola a ciegas,
una
nueva manera de rescatarte en vano
desde
la soledad en la que tú me gritas
que
sigues esperándome.
Y
tú me dices que estás tan hecha
a
esta deshabitada cerrazón de la carne
que
apenas si tu sombra se delata,
que
apenas si eres cierta
en
esta oscuridad que la distancia pone
entre
tu cuerpo y el mío.
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