Me
ha pasado una cosa increíble; de repente me olvidé de qué número
iba primero: si el siete o el ocho.
Fui
a casa de unos vecinos y les pregunté qué pensaban al respecto.
Cuál
no sería su sorpresa, y la mía, cuando de pronto cayeron en la
cuenta de que tampoco ellos eran capaces de recordar el orden de los
números. Se acordaban de que iba: uno, dos, tres, cuatro, cinco y
seis; pero a partir de ahí no sabían cómo seguir.
Nos
fuimos todos a la tienda de alimentación que está en la esquina de
las calles Známenskaia y Basséinaia y le pedimos a la cajera que
nos sacara de dudas. La cajera nos sonrió con tristeza, se sacó un
martillito de la boca y, moviendo levemente la nariz, dijo:
—En
mi opinión, el siete irá detrás del ocho en caso de que el ocho
vaya detrás del siete.
Le
dimos las gracias a la cajera y nos marchamos felices de la tienda.
Pero enseguida, después de pensar detenidamente en lo que nos había
dicho la cajera, volvimos a caer en el desaliento, pues nos pareció
que sus palabras no tenían el menor sentido.
¿Qué
podíamos hacer? Nos dirigimos al Jardín de Verano y empezamos a
contar árboles. Pero, al llegar a seis, paramos y nos pusimos a
discutir: para unos, el siguiente era el siete; para otros, el ocho.
Nos
habríamos pasado el día discutiendo, pero, por suerte, en ese
momento un niño se cayó de un banco y se rompió las dos
mandíbulas. Eso hizo que nos olvidáramos de nuestra discusión.
Y
después cada uno se fue para su casa.
Me llaman capuchino, 2012.
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