jueves, 20 de mayo de 2021

Involución. Edmond Hamilton.

Habitualmente, Ross tenía un temperamento equilibrado, pero cuatro días de viaje en canoa por las tierras remotas del norte de Québec habían empezado a hacer mella en él. En aquella su cuarta parada en la orilla del río para acampar durante la noche perdió los estribos, por un momento habló a sus dos compañeros en términos devastadores.
Mientras hablaba, agitaba los ojos oscuros con el joven y guapo rostro sin afeitar contraído. Al principio, los dos biólogos escucharon sin responder. Gray, rubio, de aspecto joven, estaba indignado, pero Woodin, el mayor de los biólogos, se limitó a escuchar impasible con sus ojos grises fijos en la cara enfadada de Ross.
Cuando Ross paró para tomar aliento, la voz calmada de Woodin preguntó:
¿Has terminado?
Ross tragó saliva como si fuese a continuar su discurso violento, pero súbitamente se controló.
Sí, he terminado —dijo de repente.
Entonces escúchame —dijo Woodin, como un padre de mediana edad amonestando a un hijo enfurruñado—. Te estás enfadando por nada. Ni Gray ni yo nos hemos quejado. Ninguno de los dos ha dicho ni una sola vez que no creyéramos lo que nos habías contado.
No habéis dicho que no me creíais, ¡no! —exclamó Ross con un enfado que resurgía—. Pero ¿creéis que no sé lo que estáis pensando?
Pensáis que os conté un cuento de hadas sobre las cosas que vi desde mi avión, ¿verdad? Pensáis que os he arrastrado a los dos hasta aquí en la más loca de las búsquedas desesperadas, a la caza de increíbles criaturas que nunca han podido existir. Creéis eso, ¿verdad?
Oh, ¡malditos mosquitos! —dijo Gray, abofeteándose con furia el cuello y mirando al aviador con cara de pocos amigos.
Woodin tomó la batuta:
Lo discutiremos después de montar el campamento. Jim, saca los petates. Ross, ¿buscarás madera?
Ambos le miraron y después se miraron entre sí, pero a regañadientes le obedecieron. La tensión se relajó por el momento.
Para cuando la oscuridad cayó en el pequeño claro junto al río, la canoa estaba recogida en la orilla, su pequeña tienda montada y un fuego crepitaba frente a ella. Gray alimentó la hoguera con gordos leños de pino mientras Woodin la usaba para preparar café, pasteles calientes y el inevitable bacon.
La luz del fuego ondeaba débilmente hacia los altos troncos de las tsugas que rodeaban el pequeño claro por tres lados. Iluminaba sus tres figuras vestidas de color caqui y el blanco bloque irregular de la tienda. Se reflejaba en las ondas del McNorton, crepitando suavemente mientras el río fluía hacia el Little Whale.
Comieron en silencio y, sin decir palabra, limpiaron los cazos con manojos de hierbas. Woodin encendió la pipa, los otros dos encendieron cigarrillos arrugados para luego recostarse un rato al lado del fuego, escuchado el crepitar, los rumores provenientes del río, el susurro de las altas ramas de las tsugas, el solitario sonido de los insectos.
Al fin Woodin vació la pipa contra el talón de la bota y se sentó.
Bien —dijo—, ahora resolveremos la discusión que manteníamos. Ross parecía un poco avergonzado.
Supongo que he sacado las cosas de quicio —dijo conteniéndose. Para añadir—: Pero igualmente, solo me creéis a medias.
Woodin sacudió la cabeza lentamente.
No, no es así, Ross. Cuando nos contaste que habías visto criaturas de las que nadie había oído hablar mientras volabas sobre estas tierras salvajes, Gray y yo, lo dos, te creímos.
»De no haberte creído, ¿crees que dos biólogos ocupados hubiesen dejado su trabajo para venir a estos bosques sin fin a buscar las cosas que viste?
Lo sé, lo sé —dijo el piloto no del todo convencido—. Vosotros pensáis que vi algo extraño y os arriesgáis por si después de todo vale la pena haber venido hasta aquí.
»Pero no creéis lo que os he contado sobre el aspecto de esas cosas.
Pensáis que es demasiado extraño para ser cierto, ¿no?
Por primera vez Woodin dudó antes de contestar.
Después de todo, Ross —dijo evitando responder directamente, los ojos pueden jugar malas pasadas cuando solamente entrevemos algo un momento, desde un avión, a dos kilómetros de altura—.¿Entrever? —dijo Ross—. Te lo repito. Las vi tan claramente como te veo a ti. A dos kilómetros de altura, sí, pero tenía binoculares los estaba usando cuando las vi.
»Además, fue cerca de aquí, justo al este de la bifurcación del McNorton y el Little Whale. Iba hacia el sur con prisa dado que había pasado tres semanas allá arriba, trabajando en el mapa gubernamental de la bahía de Hudson. Quería situarme en la bifurcación del río, así que descendí un poco con el avión y usé los binoculares.
»Entonces, ahí abajo, en un claro junto al río, vi brillar algo y vi… las cosas, os lo digo. Eran increíbles, ¡pero las vi con toda claridad! Durante el tiempo que las miré me olvidé completamente de la bifurcación del río.
»Eran grandes y brillantes, como montones deslumbrantes de gelatina, tan transparentes que podía ver el suelo a través de ellas. Había al menos una docena y mientras las miraba se deslizaban por un pequeño claro, flotando, en un movimiento fluido.
»Después desaparecieron bajo los árboles. De haber habido un claro suficientemente grande para aterrizar a menos de ciento cincuenta kilómetros hubiese aterrizado para buscarlas, pero no lo había y tuve que irme. Quería desesperadamente descubrir lo que eran y, cuando conté la historia, acordasteis venir aquí en canoa para buscarlas. Pero ahora me parece que nunca me creísteis del todo.
Woodin miró pensativo el fuego.
Vale, creo que viste algo extraño, alguna extraña forma de vida. Es por eso que estuve dispuesto a venir hasta aquí.
»Pero las cosas que describes, como gelatina, translúcidas, deslizándose de esa forma sobre la tierra… No ha habido nada así desde que las primeras criaturas protoplasmáticas, el principio de la vida en la Tierra se deslizaban sobre nuestro joven planeta.
Si existieron seres así, ¿por qué no pudieron dejar descendientes? —replicó Ross.
Woodin negó con la cabeza.
Porque desaparecieron hace años, se transformaron en formas de vida diferentes y superiores, iniciando la evolución que alcanzó su cumbre con el hombre.
»Esas criaturas protoplasmáticas unicelulares, hace mucho tiempo muertas, fueron el principio, el difícil y modesto comienzo de nuestra vida. Fallecieron y sus descendientes no se parecen a ellas. Nosotros los hombres somos sus descendientes.
Ross lo miraba, paralizado.
Pero ¿de dónde salieron esas primeras criaturas vivas? Woodin volvió a cabecear.
El origen de esas primeras formas de vida protoplasmáticas es algo que los biólogos desconocemos y acerca de lo cual solo podemos especular.
»Se ha propuesto que surgieron espontáneamente a partir de los productos químicos de la Tierra. Pero tal cosa ha sido desmentida por el hecho de que criaturas así no surgen ahora espontáneamente a partir de la materia inerte. Su origen es un completo misterio. Pero, sin embargo aparecieron en la Tierra, fueron la primera forma de vida, nuestros antepasados lejanos.
Woodin tenía una mirada soñadora, completamente ajeno a los otros dos mientras miraba en el fuego viendo visiones.
Qué saga tan gloriosa, ¡el maravilloso ascenso de toscas criaturas protoplasmáticas hasta el hombre! Una maravillosa serie de cambios que nos ha llevado desde la más baja forma a nuestro actual esplendor.
»¡Y no podría haber ocurrido en ningún otro lugar salvo en la Tierra! Para la ciencia es casi seguro que la causa de estas mutaciones evolutivas es la radiación de los depósitos radiactivos del interior de la Tierra actuando sobre los genes de toda la materia viva.
Vio la cara de incomprensión de Ross y, a pesar de haberse dejado llevar, sonrió un poquito.
Veo que eso no te dice nada. Intentaré explicarme. Las células troncales de todas las formas de vida de la Tierra contienen un cierto número de pequeñas barras que se llaman cromosomas. Esos cromosomas están formados por partículas denominadas genes. Y cada uno de esos genes ejerce un potente y diferenciado proceso de control sobre el desarrollo de la criatura que crece a partir de esa célula troncal.
»Algunos genes controlan el color de la criatura, otros controlan su tamaño, otros la forma de sus extremidades, y así sucesivamente. Todo lo característico de la criatura que crece a partir de esa célula troncal se da en buena medida diferente en otra criatura de su misma especie. Será, de hecho, de una especie totalmente nueva. Así es como nuevas especies surgen en la Tierra, por el método del cambio evolutivo.
»Los biólogos saben todo eso desde hace algún tiempo y aún están buscando la causa de esos grandes cambios repentinos, esas mutaciones, como se llaman. Han intentado encontrar qué es lo que afecta a los genes de una forma tan radical. Han demostrado de manera experimental que los rayos X y rayos químicos de diversos tipos, cuando se aplican sobre los genes de las células troncales, los hacen cambiar mucho. Y la criatura que se desarrolla a partir de esas células troncales es una criatura bastante distinta, un mutante.
»Por esa causa, muchos biólogos creen ahora que los depósitos radiactivos terrestres, actuando sobre todos los genes de todo ser viviente de la Tierra, son los que provocan los grandes cambios en las especies, la sucesión de mutaciones que ha llevado la vida por el camino de la evolución hasta la altura actual.
»Es por esto por lo que digo que en ningún otro mundo excepto la Tierra pudo darse el proceso evolutivo. Porque es posible que en ningún otro mundo se encuentren los depósitos radiactivos que provocan el efecto de las mutaciones en los genes. En cualquier otro mundo, las primeras formas protoplasmáticas que empezaron a vivir pudieron permanecer para siempre iguales, a través de interminables generaciones.
»¡Qué agradecidos debemos estar de que esto no pasase en la Tierra! ¡De que las mutaciones se hayan sucedido, la vida siempre cambiando y progresando hacia especies nuevas y superiores, de forma que la primera y primitiva especie protoplasmática ha avanzado mediante incontables cambios hasta culminar en el logro supremo del hombre!
Woodin se había dejado llevar por el entusiasmo mientras hablaba pero paró, riendo un poco y encendiendo de nuevo su pipa.
Ross, perdona que te haya dado una lección como si fueses un universitario novato. Pero esa es mi principal obsesión, mi idée fixe, el maravilloso ascenso de la vida a lo largo de los años.
Ross miraba pensativo el fuego.
Parece maravilloso cuando lo cuentas de esa forma, una especie cambiando a otra, superándose continuamente…
Gray se levantó y se estiró al lado del fuego.
Bien, vosotros dos podéis maravillaros con todo eso, pero este insensible materialista va a emular a sus remotos antepasados invertebrados y retornará a una posición postrada. En otras palabras, me voy a la cama.
Miró a Ross, con una sonrisa dubitativa en su joven y rubia cara, y dijo:
¿Sin rencores, amigo?
Olvídalo. —El piloto le devolvió la sonrisa—. Ha sido una dura jornada remando y vosotros dos parecíais un poco escépticos. ¡Pero ya veréis! Mañana estaremos en la bifurcación del Little Whale y entonces apuesto a que no exploraremos ni una hora antes de encontrarnos con una de esas criaturas gelatinosas.
Eso espero —dijo Woodin bostezando—. Entonces veremos cuánto de buena es tu vista desde un kilómetro de altura y si has arrastrado a dos respetables científicos hasta aquí para nada.
Más tarde, mientras se acostaba entre mantas dentro de la pequeña tienda, escuchando roncar a Gray y Ross y mirando medio dormido el resplandor de las brasas, Woodin volvió a meditar sobre la cuestión. ¿Qué había visto Ross en aquel vistazo fugaz desde su rápido avión? Algo extraño, Woodin estaba seguro, tan seguro que se había embarcado en ese difícil viaje para comprobarlo. Pero ¿qué exactamente?
No los seres protoplasmáticos que había descrito. Por supuesto que eso no podía ser. ¿O sí? Si seres así habían existido, ¿por qué no podían…? ¿Era posible?
Woodin no se dio cuenta de que se había dormido hasta que se despertó por el grito de Gray. No era una llamada amistosa, era un ronco alarido de alguien asaltado repentinamente por un terror paralizante.
A partir de ese momento las cosas empezaron a sucederse con rapidez. Le parecía a Woodin que nada pasaba consecutivamente, sino en una sucesión de escenas estáticas, como los fotogramas de una película.
La pistola de Gray escupió una llama roja hacia el primer monstruo viscoso que entró en la tienda y el destello momentáneo mostró la amenazadora masa brillante del ser y la cara de pánico de Gray y a Ross rebuscando entre las mantas su pistola.
Una vez concluida esa escena, instantáneamente hubo otra, Gray y Ross se pusieron rígidos y, repentinamente, cayeron de golpe como petrificados. Woodin supo que ambos estaban muertos, no sabía como lo sabía, pero lo sabía. Los monstruos brillantes ya entraban en la tienda.
Rompió un lateral y se precipitó fuera hacia la fría luz de las estrellas del claro. Corrió tres pasos, sin saber en qué dirección, y se paró. No sabía muy bien por qué se detenía pero lo hizo.
Permaneció allí. Su cerebro instaba a sus extremidades a volar, pero sus extremidades no obedecían. No podía ni girarse, no podía mover ningún músculo de su cuerpo. Quieto, miraba el reflejo de la luz de las estrellas en el río, afectado por una extraña y completa parálisis.
Woodin escuchó crujidos, movimientos de deslizamiento en la tienda detrás de él. Desde atrás entraron en su campo de visión varias de las criaturas brillantes. Se estaban colocando a su alrededor. Había una docena más o menos y ya las veía claramente.
No eran una pesadilla, no. Eran reales, lo rodeaban montículos, masas amorfas de viscosa gelatina transparente. Cada una de ellas medía aproximadamente metro veinte de altura y un metro de diámetro, aunque su forma cambiaba ligera y continuamente, por lo que costaba determinar sus dimensiones.
En el centro de cada una de las masas translúcidas había una zona oscura, una mancha en forma de disco o un núcleo. No había nada más en las criaturas, ni extremidades ni órganos sensibles. Aunque observó que dos de ellas podían producir pseudoextremidades para sostener los cuerpos de Gray y Ross en tentáculos y acercarlos y acostarlos al lado de Woodin.
Todavía incapaz de mover un músculo, veía las congeladas y retorcidas caras de los dos hombres y las pistolas todavía agarradas por las manos muertas. Y mientras miraba la cara de Ross recordó.
Las cosas que el piloto había visto desde su avión, las criaturas gelatinosas que los tres habían ido al norte a buscar, ¡eran los monstruos que le rodeaban! Pero ¿cómo habían matado a Ross y a Gray? ¿Cómo lo mantenían petrificado? ¿Quiénes eran?
Te permitiremos moverte, pero no debes intentar escapar.
El cerebro ya confundido de Woodin se asombró todavía más. ¿Quién le había dicho aquello? No había oído nada, pero sin embargo había creído oír.
Te permitiremos moverte, pero no debes intentar escapar ni hacernos daño.
Escuchó mentalmente aquellas palabras a pesar de que sus oídos no habían captado ningún sonido. Y su cerebro siguió oyendo.
Te estamos hablando por transferencia de impulsos de pensamiento. ¿Tienes capacidad mental suficiente para entendernos?
¿Mente? ¿Una mente en esos seres? Woodin se estremecía de pensarlo mientras observaba a los monstruos brillantes.
Sus pensamientos aparentemente los alcanzaron.
Por supuesto que tenemos mente. —El pensamiento respuesta llegó a su mente—. Ahora vamos a dejar que te muevas, pero no intentes escapar.
Yo… yo no lo intentaré —se dijo Woodin mentalmente.
Al momento, la parálisis que le retenía cedió. Permaneció en el círculo de monstruos brillantes. Las manos y el cuerpo le temblaban violentamente.
Había diez de ellos. Diez monstruos, deformes masas brillantes de gelatina transparente, reunidos a su alrededor como geniecillos sin rostro encapuchados, salidos de alguna guarida de lo desconocido. Uno, aparentemente el portavoz y líder, permanecía más cerca de él que los demás.
Woodin recorrió lentamente el círculo con la mirada y después bajó la vista hacia sus compañeros muertos. En la niebla de terrores extraños que congelaba su alma sintió una repentina y dolorosa pena mientras los miraba.
A Woodin le llegó otro pensamiento de la criatura más cercana.
No queríamos matarlos, hemos venido simplemente para capturaros y hablar con vosotros.
»Pero cuando hemos sentido que intentaban matarnos, hemos actuado rápidamente. A ti, que no intentabas matarnos pero has escapado, no te hemos hecho daño.
¿Qué… qué queréis de nosotros… de mí? —preguntó Woodin.
Lo susurró entre sus labios secos, pensándolo simultáneamente.
Esta vez no hubo respuesta mental. Los seres permanecían quietos, un anillo silencioso de meditación de figuras sobrenaturales. Woodin sintió su mente resquebrajándose bajo la tensión del silencio y repitió la pregunta, gritando.
Esta vez sí que hubo respuesta mental.
No respondía porque estaba analizando tu mente para comprobar que eras lo suficientemente inteligente para comprender las ideas.
»A pesar de que tu mente parece ser excepcionalmente rudimentaria es posible que pueda apreciar suficientemente lo que deseamos comunicarte para que nos entiendas.
»Antes de empezar, sin embargo, debo advertirte que es casi imposible que escapes o nos hagas daño y que cualquier intento resultaría desastroso para ti. Es evidente que no sabes nada de la energía mental así que te diré que estas dos criaturas iguales que tú han muerto por el simple poder de nuestra voluntad y que tus músculos no respondían las órdenes de tu cerebro por el mismo poder. Gracias a nuestra energía mental seríamos capaces de aniquilar completamente tu cuerpo, si quisiésemos.
Hubo una pausa y, en ese breve silencio, el atontado cerebro de Woodin intentó aferrarse desesperadamente a la cordura, a la solidez.
Entonces regresó aquella voz mental que sonaba como una voz real hablando en su cerebro.
Somos los hijos de una galaxia cuyo nombre, traducido lo mejor posible a tu lenguaje, es Arctar. La galaxia de Arctar se encuentra a tantos millones de años luz de esta galaxia que se halla más allá de la curva de la esfera del cosmos tridimensional
»Hace mucho tiempo llegamos a dominar esa galaxia. Dado que somos criaturas capaces de usar nuestra energía mental para transportarnos, como fuerza física y para producir cualquier efecto que necesitáramos, conquistamos y colonizamos rápidamente la galaxia viajando de sol a sol sin necesidad de ningún vehículo.
»Teniendo toda la galaxia de Arctar bajo nuestro control, pusimos nuestras miras en los dominios de más allá. Existen aproximadamente mil millones de galaxias en el cosmos tridimensional y nos pareció adecuado colonizarlas para que con el tiempo toda la materia del cosmos estuviese bajo nuestro control.
»El primer paso fue incrementar nuestro número, así que nos multiplicamos hasta ser los suficientes para la gran tarea de colonizar el cosmos. Esto no fue difícil, dado que, evidentemente, para nosotros la reproducción es una simple cuestión de división. Cuando fuimos bastantes, nos dividimos en cuatro grupos.
»A continuación la gran esfera del cosmos tridimensional fue dividida en cuatro partes, una para cada grupo. Cada fuerza tenía que colonizar su porción del cosmos, así que las tremendas huestes partieron de Arctar en cuatro direcciones.
»Una de esas fuerzas llegó hace eones a esta galaxia vuestra, con la intención de colonizar todos los mundos habitables. Todo esto llevó mucho tiempo, por supuesto, pero nuestras vidas son muchísimo más largas que las vuestras y comprendemos que los logros de la raza lo son todo y que los logros individuales no son nada. Durante la colonización de esta galaxia, varios millones de arctarianos vinieron a este sol en particular y, al descubrir que este era el único planeta habitable de los nueve cercanos, se establecieron aquí.
»Ha sido siempre la regla que los colonizadores de todos esos mundos del cosmos debían mantener la comunicación con el lugar de origen de nuestra especie, la galaxia Arctar. De esa forma, nuestra gente, que ya controla todo el universo, es capaz de concentrar en un único punto todo el conocimiento y el poder y, desde ese punto, mandar órdenes que den forma a los grandes proyectos para el cosmos.
»Pero de este mundo no se ha recibido ningún comunicado desde poco después de la llegada de los arctarianos. Cuando nos dimos cuenta por primera vez, el asunto fue postergado. Se creía que al cabo de unos cuantos millones de años también llegarían informes de este mundo. Pero al no recibir ninguna noticia, después de más de mil millones de años de silencio, el consejo directivo de Arctar ordenó enviar una expedición para determinar las razones del silencio de los colonizadores.
»Nosotros diez formamos esa expedición y partimos de uno de los mundos cuyo sol vosotros llamáis Sirio, situado a corta distancia de vuestro sol, donde también hay colonizadores. Se nos ordenó venir a este mundo a toda velocidad para determinar por qué los colonizadores no habían enviado ningún informe. Así que, navegando a través del vacío gracias a nuestro poder mental, cruzamos el espacio entre sol y sol y, hace unos días, llegamos a vuestro mundo.
»¡Imagina nuestra perplejidad cuando descendimos flotando a vuestro mundo! En vez de encontrar cada kilómetro cuadrado habitado por arctarianos como nosotros, descendientes de los colonos originales, en un mundo sometido completamente a su control mental, ¡encontramos un planeta que es en su totalidad una zona salvaje llena de extrañas formas de vida!
»Permanecimos en la zona donde habíamos aterrizado y pasamos cierto tiempo enviando nuestra visión lejos y escaneando mentalmente todo el mundo. Nuestra perplejidad creció, dado que nunca habíamos visto formas de vida grotescas y degradadas como las que se presentaban ante nosotros. Y no hemos visto ni un solo arctariano en el planeta.
»Esto nos ha dejado extremadamente desconcertados. ¿Qué podría haber acabado con los arctarianos? ¿Quién colonizó este planeta?, imposible que las mentes penosas y débiles que ahora pueblan este planeta derrotasen y destruyesen a nuestros poderosos colonos y a sus descendientes. Pero ¿dónde están?
»Por eso pretendíamos capturaros. Aunque conocíamos la inferioridad de vuestras mentes, seguro que incluso criaturas como vosotros tienen que saber lo que ha pasado con los colonos que una vez habitaron este mundo.
El hilo mental se paró un momento, después entró en la mente de Woodin con una pregunta clara:
¿Sabes qué pasó con nuestros colonos? ¿Tienes alguna pista sobre su extraña desaparición?
El biólogo paralizado se encontró negando lentamente con la cabeza:
Nunca… nunca he sabido de criaturas como vosotros, de mentes así. Que sepamos, nunca han existido en la Tierra, y ya conocemos casi toda la historia de la Tierra.
¡Imposible! —exclamó el pensamiento del líder arctariano. Algo debes de saber de nuestra poderosa gente si es cierto que conoces toda la historia del planeta.
De otra mente arctariana llegó otro pensamiento, dirigido al líder pero afectando indirectamente al cerebro de Woodin.
¿Por qué no analizamos el pasado de este planeta a través del cerebro de esta criatura y vemos qué podemos averiguar por nosotros mismos?
¡Una idea excelente! —exclamó el líder—. Su mente será bastante fácil de analizar.
¿Qué vais a hacer? —clamó Woodin agudamente, con voz de pánico.
Los pensamientos respuesta eran calmados, tranquilizadores.
Nada que te cause el más mínimo daño. Simplemente vamos a explorar el pasado de tu especie desbloqueando los recuerdos heredados de tu cerebro.
»En las células sin usar de tu cerebro residen recuerdos heredados de la especie que se remontan hasta tus más remotos antepasados. Gracias a nuestro poder mental haremos que esos recuerdos enterrados se vuelvan temporalmente dominantes y activos en tu mente.
»Experimentarás las mismas sensaciones, verás las mismas escenas que tus remotos antepasados vieron hace millones de años. Y nosotros, aquí a tu alrededor, leeremos tu mente como hacemos ahora y veremos lo que tú estés viendo mirando el pasado de este planeta.
»No hay peligro. Físicamente continuarás aquí, pero mentalmente viajarás hacia atrás a través de los años. Primero llevaremos tu mente al momento aproximado en que nuestros colonos llegaron a este planeta, para ver qué les pasó.
Tan pronto como ese pensamiento llegó a la mente de Woodin la escena bajo la luz de las estrellas y las masas de los arctarianos desaparecieron repentinamente y su conciencia atravesó un torbellino de niebla gris.
Sabía que físicamente no se estaba moviendo, pero mentalmente tenía una terrible sensación de velocidad. Era como si su mente diese vueltas a través de impensables abismos, con su cerebro expandiéndose.
Luego la niebla desapareció abruptamente. Una nueva y extraña escena tomó forma en la mente de Woodin.
Era una escena que sentía pero no veía. Su mente la captaba a través de un sentido que no era la vista. No por ello era menos real y vívida.
Miró con el extraño sentido una tierra extraña, un mundo de mares grises y continentes de roca sin una pizca de vida. El cielo estaba completamente nublado y la lluvia caía continuamente.
Mirando hacia ese mundo, Woodin sentía cómo caía junto a un conjunto de extraños acompañantes. Cada uno de ellos era una masa amorfa, brillante y unicelular, con un núcleo central. Eran arctarianos y Woodin sabía que él era un arctariano y que había llegado a ese mundo acompañado de otros tras un viaje por el espacio.
El grupo aterrizó en un planeta áspero y sin vida. Hicieron un esfuerzo mental y por pura fuerza telequinética alteraron la materia del mundo para adaptarla a sus necesidades. Levantaron grandes estructuras y ciudades, ciudades que no eran de materia sino de pensamiento. Llevaron a cabo una gran cantidad de investigaciones, experimentos y comunicaciones cuyo motivo y cuyos logros quedaban muy lejos de la comprensión actual con mente humana. Repentinamente, todo se volvió a disolver en una niebla gris.
La niebla se disipó casi de inmediato y Woodin se encontró viendo otra escena. Una escena muy posterior. Veía que el tiempo había provocado unos extraños cambios sobre los arctarianos, de los cuales, él seguía siendo uno. Habían pasado de seres unicelulares a pluricelurares y ya no eran todos iguales. Unos estaban adheridos por la base, otros en un punto, otros eran móviles. Unos mostraban una tendencia hacia el agua, otros hacia la tierra. Algo había cambiado la forma del cuerpo de los arctarianos generación tras generación, diversificándolos en ramas.
Esta extraña degeneración de sus cuerpos había ido acompañada por una degeneración similar de sus mentes. Woodin lo sentía. En las ciudades de pensamiento el proceso de búsqueda de conocimiento y poder se había vuelto confuso, caótico. Y las propias ciudades de pensamiento estaban desapareciendo. Los arctarianos ya no tenían el suficiente poder mental para mantenerlas.
Los arctarianos intentaban determinar qué estaba causando esa extraña degeneración física y mental. Pensaban que algo estaba influyendo en sus genes, pero no lograban adivinar de qué se trataba. ¡En ningún otro mundo habían degenerado de aquella forma!
La escena cambió rápidamente a otra posterior. Woodin vio la escena, dado que su antepasado, a través de cuya mente miraba, había desarrollado ojos. Y vio que la degeneración había ido mucho más lejos, los cuerpos multicelulares de los arctarianos estaban cada vez más afectados por la enfermedad de la complejidad y la diversificación.
La última de las ciudades de pensamiento había desaparecido. Los una vez poderosos arctarianos se habían convertido en seres repulsivos, complejos organismos que degeneraban cada vez más, algunos de ellos arrastrándose y nadando por el agua, otros fijos a la tierra.
Todavía conservaban parte de la gran mente de sus antepasados originales. Esas monstruosas criaturas degeneradas que vivían en la tierra y en el mar, en lo que la mente de Woodin reconoció como la era Paleozoica, todavía hacían desesperados y fútiles intentos por detener el terrible avance de su degeneración.
La mente de Woodin saltó a una escena posterior, la era Mesozoica. La propagación de la degeneración había convertido a los descendientes de los colonos en un grupo aún más horrible de especies. Se habían convertido en grandes criaturas membranosas, escamosas y con garras, en reptiles de tierra y acuáticos.
Incluso esas criaturas tan increíblemente cambiadas poseían un ligero resto del poder mental de sus antepasados. Hacían vanos intentos por comunicarse con los arctarianos de otros mundos de soles distantes, para informarlos de su apremiante situación. Pero sus mentes eran demasiado débiles.
Continuó con una escena del Cenozoico. Los reptiles se habían convertido en mamíferos; el deterioro de los arctarianos había progresado aún más. En esos degradados descendientes solo quedaban meras pizcas de la mentalidad original. Y esta penosa posteridad había producido una especie aún más tonta y sin ninguno de los poderes mentales anteriores: simios que vagaban por las frías explanadas en grupos, parloteando, discutiendo. En esas criaturas se habían disipado los últimos restos de la herencia arctariana, la antigua tendencia hacia la dignidad, la limpieza y la paciencia.
Y después una última imagen llenó el cerebro de Woodin. Era el mundo actual, el mundo que había visto con sus propios ojos. Pero vio y comprendió, como nunca antes lo había hecho, que era un mundo en el que la degeneración había alcanzado su grado máximo.
Los monos se habían convertido en criaturas bípedas aún más débiles, que habían perdido casi cualquier átomo de la herencia de las viejas mentes de los arctarianos. Esas criaturas habían perdido también muchos de los sentidos que incluso los simios anteriores conservaban. Y esas criaturas, esos humanos, degeneraban con creciente rapidez. Al principio solo mataban, como sus antepasados, para comer, pero ya habían aprendido a matar cuando les apetecía. Y habían aprendido a matarse grupo contra grupo, tribu contra tribu, nación contra nación y hemisferio contra hemisferio. En la locura de su degeneración se masacraban unos a otros hasta que la tierra se empapaba de sangre.
Eran más crueles incluso que los simios que los habían precedido, crueles con la absoluta crueldad de la locura. Y en su progresiva demencia llegaban a pasar hambre en medio de la abundancia, a matarse los unos a los otros en sus propias ciudades, a someterse al azote de miedos supersticiosos como ninguna otra criatura había hecho antes.
Eran el último descendiente terrible, el último producto degenerado de los antiguos colonos arctarianos que una vez fueron los reyes del intelecto. Ahora que los otros animales estaban prácticamente extintos, estos, los últimos monstruos horrorosos, acabarían definitivamente la terrible historia aniquilándose, por efecto de su locura, entre sí.
Woodin volvió repentinamente a la realidad. Estaba de pie, a la luz de las estrellas, en el centro del claro, junto al río. Y a su alrededor seguían estando los diez arctarianos amorfos, formando un anillo silencioso.
Atontado, tambaleándose por la tremenda y espantosa visión que había pasado con increíble viveza por su mente, se giró lentamente mirando a cada uno de los arctarianos. Sus pensamientos le llegaban al cerebro, fuertes, sombríos, estremecidos por el horror y la aversión.
El asqueado pensamiento del líder arctariano golpeó la mente de Woodin.
¡Así que eso fue lo que les sucedió a los colonos arctarianos que vinieron a este mundo! Degeneraron, cambiaron a formas de vida cada vez más inferiores hasta convertirse en estas penosas y dementes cosas que ahora pueblan este mundo, sus últimos descendientes.
»¡Este es un mundo de horror mortal! Un mundo que de alguna forma daña los genes de nuestra especie y la modifica física y mentalmente, degenerándola progresivamente con cada generación. Ante nosotros tenemos el espantoso resultado.
El estremecido pensamiento de otro arctariano preguntó:
Pero ¿qué podemos hacer ahora?
No podemos hacer nada —declaró su líder solemnemente—. Esta degeneración, este horrible cambio, ha llegado demasiado lejos para que podamos revertirlo.
»En este mundo venenoso nuestros inteligentes hermanos se convirtieron en criaturas espantosas y ya no podemos retroceder en el tiempo y restaurarlos a partir de estos degradados elementos que son sus descendientes.
Woodin encontró su voz y protestó débilmente con una voz aguda:
¡No es verdad! ¡Todo lo que he visto es mentira! Los humanos no somos el producto de un proceso involutivo. ¡Somos el producto de años de continua evolución! ¡Tenemos que serlo, os digo! Porque no querríamos vivir, no querría vivir si esa historia fuese cierta. ¡No puede ser cierta!
El pensamiento del líder arctariano, dirigido a las otras entidades amorfas, alcanzó su desquiciada mente. Estaba impregnado de pena, pero también cargado de un fuerte desprecio inhumano.
Vamos, hermanos —dijo a sus compañeros—. En este mundo enfermizo no podemos hacer nada.
»Marchémonos antes de que nosotros también nos envenenemos y cambiemos. Y enviaremos una advertencia a Arctar diciendo que este mundo está envenenado, que es un mundo de degeneración, para que nunca más alguien de nuestra especie venga aquí y recorra el terrible camino que otros siguieron.
»¡Vamos! Volvamos a nuestro propio sol.
La deforme figura del líder arctariano se aplanó, se convirtió en un disco y se elevó suavemente en el aire. Los otros cambiaron también y le siguieron, en grupo, y el estupefacto Woodin miró hacia arriba y vio brillantes puntos disipándose rápidamente entre las estrellas.
Anduvo a trompicones unos pasos, agitando furiosamente el puño hacia los brillantes puntos que se desvanecían.
Volved, ¡malditos! —gritó—. ¡Volved y decidme que es mentira!
»Debe ser mentira… debe…
Ya no había rastro de los arctarianos en el cielo estrellado. La oscuridad era extensa y profunda alrededor de Woodin.
Gritó de nuevo hacia la noche, pero solamente le respondieron los susurros del eco. Con los ojos desorbitados y el alma rota, su mirada cayó sobre la pistola que Ross tenía en la mano. La recogió con un ronco lamento.
Un ruido repentino y ensordecedor quebró la tranquilidad del bosque, reverberó un momento y murió rápidamente. Todo volvía a estar en silencio, excepto por el susurro líquido del río.

 Amazing stories, 1936.

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