Habitualmente,
Ross tenía un temperamento equilibrado, pero cuatro días de viaje
en canoa por las tierras remotas del norte de Québec habían
empezado a hacer mella en él. En aquella su cuarta parada en la
orilla del río para acampar durante la noche perdió los estribos,
por un momento habló a sus dos compañeros en términos
devastadores.
Mientras
hablaba, agitaba los ojos oscuros con el joven y guapo rostro sin
afeitar contraído. Al principio, los dos biólogos escucharon sin
responder. Gray, rubio, de aspecto joven, estaba indignado, pero
Woodin, el mayor de los biólogos, se limitó a escuchar impasible
con sus ojos grises fijos en la cara enfadada de Ross.
Cuando
Ross paró para tomar aliento, la voz calmada de Woodin preguntó:
—¿Has
terminado?
Ross
tragó saliva como si fuese a continuar su discurso violento, pero
súbitamente se controló.
—Sí,
he terminado —dijo de repente.
—Entonces
escúchame —dijo Woodin, como un padre de mediana edad amonestando
a un hijo enfurruñado—. Te estás enfadando por nada. Ni Gray ni
yo nos hemos quejado. Ninguno de los dos ha dicho ni una sola vez que
no creyéramos lo que nos habías contado.
—No
habéis dicho que no me creíais, ¡no! —exclamó Ross con un
enfado que resurgía—. Pero ¿creéis que no sé lo que estáis
pensando?
Pensáis
que os conté un cuento de hadas sobre las cosas que vi desde mi
avión, ¿verdad? Pensáis que os he arrastrado a los dos hasta aquí
en la más loca de las búsquedas desesperadas, a la caza de
increíbles criaturas que nunca han podido existir. Creéis eso,
¿verdad?
—Oh,
¡malditos mosquitos! —dijo Gray, abofeteándose con furia el
cuello y mirando al aviador con cara de pocos amigos.
Woodin
tomó la batuta:
—Lo
discutiremos después de montar el campamento. Jim, saca los petates.
Ross, ¿buscarás madera?
Ambos
le miraron y después se miraron entre sí, pero a regañadientes le
obedecieron. La tensión se relajó por el momento.
Para
cuando la oscuridad cayó en el pequeño claro junto al río, la
canoa estaba recogida en la orilla, su pequeña tienda montada y un
fuego crepitaba frente a ella. Gray alimentó la hoguera con gordos
leños de pino mientras Woodin la usaba para preparar café, pasteles
calientes y el inevitable bacon.
La
luz del fuego ondeaba débilmente hacia los altos troncos de las
tsugas que rodeaban el pequeño claro por tres lados. Iluminaba sus
tres figuras vestidas de color caqui y el blanco bloque irregular de
la tienda. Se reflejaba en las ondas del McNorton, crepitando
suavemente mientras el río fluía hacia el Little Whale.
Comieron
en silencio y, sin decir palabra, limpiaron los cazos con manojos de
hierbas. Woodin encendió la pipa, los otros dos encendieron
cigarrillos arrugados para luego recostarse un rato al lado del
fuego, escuchado el crepitar, los rumores provenientes del río, el
susurro de las altas ramas de las tsugas, el solitario sonido de los
insectos.
Al
fin Woodin vació la pipa contra el talón de la bota y se sentó.
—Bien
—dijo—, ahora resolveremos la discusión que manteníamos. Ross
parecía un poco avergonzado.
—Supongo
que he sacado las cosas de quicio —dijo conteniéndose. Para
añadir—: Pero igualmente, solo me creéis a medias.
Woodin
sacudió la cabeza lentamente.
—No,
no es así, Ross. Cuando nos contaste que habías visto criaturas de
las que nadie había oído hablar mientras volabas sobre estas
tierras salvajes, Gray y yo, lo dos, te creímos.
»De
no haberte creído, ¿crees que dos biólogos ocupados hubiesen
dejado su trabajo para venir a estos bosques sin fin a buscar las
cosas que viste?
—Lo
sé, lo sé —dijo el piloto no del todo convencido—. Vosotros
pensáis que vi algo extraño y os arriesgáis por si después de
todo vale la pena haber venido hasta aquí.
»Pero
no creéis lo que os he contado sobre el aspecto de esas cosas.
Pensáis
que es demasiado extraño para ser cierto, ¿no?
Por
primera vez Woodin dudó antes de contestar.
—Después
de todo, Ross —dijo evitando responder directamente, los ojos
pueden jugar malas pasadas cuando solamente entrevemos algo un
momento, desde un avión, a dos kilómetros de altura—.¿Entrever?
—dijo Ross—. Te lo repito. Las vi tan claramente como te veo a
ti. A dos kilómetros de altura, sí, pero tenía binoculares los
estaba usando cuando las vi.
»Además,
fue cerca de aquí, justo al este de la bifurcación del McNorton y
el Little Whale. Iba hacia el sur con prisa dado que había pasado
tres semanas allá arriba, trabajando en el mapa gubernamental de la
bahía de Hudson. Quería situarme en la bifurcación del río, así
que descendí un poco con el avión y usé los binoculares.
»Entonces,
ahí abajo, en un claro junto al río, vi brillar algo y vi… las
cosas, os lo digo. Eran increíbles, ¡pero las vi con toda claridad!
Durante el tiempo que las miré me olvidé completamente de la
bifurcación del río.
»Eran
grandes y brillantes, como montones deslumbrantes de gelatina, tan
transparentes que podía ver el suelo a través de ellas. Había al
menos una docena y mientras las miraba se deslizaban por un pequeño
claro, flotando, en un movimiento fluido.
»Después
desaparecieron bajo los árboles. De haber habido un claro
suficientemente grande para aterrizar a menos de ciento cincuenta
kilómetros hubiese aterrizado para buscarlas, pero no lo había y
tuve que irme. Quería desesperadamente descubrir lo que eran y,
cuando conté la historia, acordasteis venir aquí en canoa para
buscarlas. Pero ahora me parece que nunca me creísteis del todo.
Woodin
miró pensativo el fuego.
—Vale,
creo que viste algo extraño, alguna extraña forma de vida. Es por
eso que estuve dispuesto a venir hasta aquí.
»Pero
las cosas que describes, como gelatina, translúcidas, deslizándose
de esa forma sobre la tierra… No ha habido nada así desde que las
primeras criaturas protoplasmáticas, el principio de la vida en la
Tierra se deslizaban sobre nuestro joven planeta.
—Si
existieron seres así, ¿por qué no pudieron dejar descendientes?
—replicó Ross.
Woodin
negó con la cabeza.
—Porque
desaparecieron hace años, se transformaron en formas de vida
diferentes y superiores, iniciando la evolución que alcanzó su
cumbre con el hombre.
»Esas
criaturas protoplasmáticas unicelulares, hace mucho tiempo muertas,
fueron el principio, el difícil y modesto comienzo de nuestra vida.
Fallecieron y sus descendientes no se parecen a ellas. Nosotros los
hombres somos sus descendientes.
Ross
lo miraba, paralizado.
—Pero
¿de dónde salieron esas primeras criaturas vivas? Woodin volvió a
cabecear.
—El
origen de esas primeras formas de vida protoplasmáticas es algo que
los biólogos desconocemos y acerca de lo cual solo podemos
especular.
»Se
ha propuesto que surgieron espontáneamente a partir de los productos
químicos de la Tierra. Pero tal cosa ha sido desmentida por el hecho
de que criaturas así no surgen ahora espontáneamente a partir de la
materia inerte. Su origen es un completo misterio. Pero, sin embargo
aparecieron en la Tierra, fueron la primera forma de vida, nuestros
antepasados lejanos.
Woodin
tenía una mirada soñadora, completamente ajeno a los otros dos
mientras miraba en el fuego viendo visiones.
—Qué
saga tan gloriosa, ¡el maravilloso ascenso de toscas criaturas
protoplasmáticas hasta el hombre! Una maravillosa serie de cambios
que nos ha llevado desde la más baja forma a nuestro actual
esplendor.
»¡Y
no podría haber ocurrido en ningún otro lugar salvo en la Tierra!
Para la ciencia es casi seguro que la causa de estas mutaciones
evolutivas es la radiación de los depósitos radiactivos del
interior de la Tierra actuando sobre los genes de toda la materia
viva.
Vio
la cara de incomprensión de Ross y, a pesar de haberse dejado
llevar, sonrió un poquito.
—Veo
que eso no te dice nada. Intentaré explicarme. Las células
troncales de todas las formas de vida de la Tierra contienen un
cierto número de pequeñas barras que se llaman cromosomas. Esos
cromosomas están formados por partículas denominadas genes. Y cada
uno de esos genes ejerce un potente y diferenciado proceso de control
sobre el desarrollo de la criatura que crece a partir de esa célula
troncal.
»Algunos
genes controlan el color de la criatura, otros controlan su tamaño,
otros la forma de sus extremidades, y así sucesivamente. Todo lo
característico de la criatura que crece a partir de esa célula
troncal se da en buena medida diferente en otra criatura de su misma
especie. Será, de hecho, de una especie totalmente nueva. Así es
como nuevas especies surgen en la Tierra, por el método del cambio
evolutivo.
»Los
biólogos saben todo eso desde hace algún tiempo y aún están
buscando la causa de esos grandes cambios repentinos, esas
mutaciones, como se llaman. Han intentado encontrar qué es lo que
afecta a los genes de una forma tan radical. Han demostrado de manera
experimental que los rayos X y rayos químicos de diversos tipos,
cuando se aplican sobre los genes de las células troncales, los
hacen cambiar mucho. Y la criatura que se desarrolla a partir de esas
células troncales es una criatura bastante distinta, un mutante.
»Por
esa causa, muchos biólogos creen ahora que los depósitos
radiactivos terrestres, actuando sobre todos los genes de todo ser
viviente de la Tierra, son los que provocan los grandes cambios en
las especies, la sucesión de mutaciones que ha llevado la vida por
el camino de la evolución hasta la altura actual.
»Es
por esto por lo que digo que en ningún otro mundo excepto la Tierra
pudo darse el proceso evolutivo. Porque es posible que en ningún
otro mundo se encuentren los depósitos radiactivos que provocan el
efecto de las mutaciones en los genes. En cualquier otro mundo, las
primeras formas protoplasmáticas que empezaron a vivir pudieron
permanecer para siempre iguales, a través de interminables
generaciones.
»¡Qué
agradecidos debemos estar de que esto no pasase en la Tierra! ¡De
que las mutaciones se hayan sucedido, la vida siempre cambiando y
progresando hacia especies nuevas y superiores, de forma que la
primera y primitiva especie protoplasmática ha avanzado mediante
incontables cambios hasta culminar en el logro supremo del hombre!
Woodin
se había dejado llevar por el entusiasmo mientras hablaba pero paró,
riendo un poco y encendiendo de nuevo su pipa.
—Ross,
perdona que te haya dado una lección como si fueses un universitario
novato. Pero esa es mi principal obsesión, mi
idée
fixe,
el maravilloso ascenso de la vida a lo largo de los años.
Ross
miraba pensativo el fuego.
—Parece
maravilloso cuando lo cuentas de esa forma, una especie cambiando a
otra, superándose continuamente…
Gray
se levantó y se estiró al lado del fuego.
—Bien,
vosotros dos podéis maravillaros con todo eso, pero este insensible
materialista va a emular a sus remotos antepasados invertebrados y
retornará a una posición postrada. En otras palabras, me voy a la
cama.
Miró
a Ross, con una sonrisa dubitativa en su joven y rubia cara, y dijo:
—¿Sin
rencores, amigo?
—Olvídalo.
—El piloto le devolvió la sonrisa—. Ha sido una dura jornada
remando y vosotros dos parecíais un poco escépticos. ¡Pero ya
veréis! Mañana estaremos en la bifurcación del Little Whale
y
entonces apuesto a que no exploraremos ni una hora antes de
encontrarnos con una de esas criaturas gelatinosas.
—Eso
espero —dijo Woodin bostezando—. Entonces veremos cuánto de
buena es tu
vista desde un kilómetro de altura y si has arrastrado a dos
respetables científicos hasta aquí para nada.
Más
tarde, mientras se acostaba entre mantas dentro de la pequeña
tienda, escuchando roncar a Gray y Ross y mirando medio dormido el
resplandor de las brasas, Woodin volvió a meditar sobre la cuestión.
¿Qué había visto Ross en aquel vistazo fugaz desde su rápido
avión? Algo extraño, Woodin estaba seguro, tan seguro que se había
embarcado en ese difícil viaje para comprobarlo. Pero ¿qué
exactamente?
No
los seres protoplasmáticos que había descrito. Por supuesto que eso
no podía ser. ¿O sí? Si seres así habían existido, ¿por qué no
podían…? ¿Era posible?
Woodin
no se dio cuenta de que se había dormido hasta que se despertó por
el grito de Gray. No era una llamada amistosa, era un ronco alarido
de alguien asaltado repentinamente por un terror paralizante.
A
partir de ese momento las cosas empezaron a sucederse con rapidez. Le
parecía a Woodin que nada pasaba consecutivamente, sino en una
sucesión de escenas estáticas, como los fotogramas de una película.
La
pistola de Gray escupió una llama roja hacia el primer monstruo
viscoso que entró en la tienda y el destello momentáneo mostró la
amenazadora masa brillante del ser y la cara de pánico de Gray y a
Ross rebuscando entre las mantas su pistola.
Una
vez concluida esa escena, instantáneamente hubo otra, Gray y Ross se
pusieron rígidos y, repentinamente, cayeron de golpe como
petrificados. Woodin supo que ambos estaban muertos, no sabía como
lo sabía, pero lo sabía. Los monstruos brillantes ya entraban en la
tienda.
Rompió
un lateral y se precipitó fuera hacia la fría luz de las estrellas
del claro. Corrió tres pasos, sin saber en qué dirección, y se
paró. No sabía muy bien por qué se detenía pero lo hizo.
Permaneció
allí. Su cerebro instaba a sus extremidades a volar, pero sus
extremidades no obedecían. No podía ni girarse, no podía mover
ningún músculo de su cuerpo. Quieto, miraba el reflejo de la luz de
las estrellas en el río, afectado por una extraña y completa
parálisis.
Woodin
escuchó crujidos, movimientos de deslizamiento en la tienda detrás
de él. Desde atrás entraron en su campo de visión varias de las
criaturas brillantes. Se estaban colocando a su alrededor. Había una
docena más o menos y ya las veía claramente.
No
eran una pesadilla, no. Eran reales, lo rodeaban montículos, masas
amorfas de viscosa gelatina transparente. Cada una de ellas medía
aproximadamente metro veinte de altura y un metro de diámetro,
aunque su forma cambiaba ligera y continuamente, por lo que costaba
determinar sus dimensiones.
En
el centro de cada una de las masas translúcidas había una zona
oscura, una mancha en forma de disco o un núcleo. No había nada más
en las criaturas, ni extremidades ni órganos sensibles. Aunque
observó que dos de ellas podían producir pseudoextremidades para
sostener los cuerpos de Gray y Ross en tentáculos y acercarlos y
acostarlos al lado de Woodin.
Todavía
incapaz de mover un músculo, veía las congeladas y retorcidas caras
de los dos hombres y las pistolas todavía agarradas por las manos
muertas. Y mientras miraba la cara de Ross recordó.
Las
cosas que el piloto había visto desde su avión, las criaturas
gelatinosas que los tres habían ido al norte a buscar, ¡eran los
monstruos que le rodeaban! Pero ¿cómo habían matado a Ross y a
Gray? ¿Cómo lo mantenían petrificado? ¿Quiénes eran?
—Te
permitiremos moverte, pero no debes intentar escapar.
El
cerebro ya confundido de Woodin se asombró todavía más. ¿Quién
le había dicho aquello? No había oído nada, pero sin embargo había
creído
oír.
—Te
permitiremos moverte, pero no debes intentar escapar ni hacernos
daño.
Escuchó
mentalmente
aquellas palabras a pesar de que sus oídos no habían captado ningún
sonido. Y su cerebro siguió oyendo.
—Te
estamos hablando por transferencia de impulsos de pensamiento.
¿Tienes capacidad mental suficiente para entendernos?
¿Mente?
¿Una mente en esos seres? Woodin se estremecía de pensarlo mientras
observaba a los monstruos brillantes.
Sus
pensamientos aparentemente los alcanzaron.
—Por
supuesto que tenemos mente. —El pensamiento respuesta llegó a su
mente—. Ahora vamos a dejar que te muevas, pero no intentes
escapar.
—Yo…
yo no lo intentaré —se dijo Woodin mentalmente.
Al
momento, la parálisis que le retenía cedió. Permaneció en el
círculo de monstruos brillantes. Las manos y el cuerpo le temblaban
violentamente.
Había
diez de ellos. Diez monstruos, deformes masas brillantes de gelatina
transparente, reunidos a su alrededor como geniecillos sin rostro
encapuchados, salidos de alguna guarida de lo desconocido. Uno,
aparentemente el portavoz y líder, permanecía más cerca de él que
los demás.
Woodin
recorrió lentamente el círculo con la mirada y después bajó la
vista hacia sus compañeros muertos. En la niebla de terrores
extraños que congelaba su alma sintió una repentina y dolorosa pena
mientras los miraba.
A
Woodin le llegó otro pensamiento de la criatura más cercana.
—No
queríamos matarlos, hemos venido simplemente para capturaros y
hablar con vosotros.
»Pero
cuando hemos sentido que intentaban matarnos, hemos actuado
rápidamente. A ti, que no intentabas matarnos pero has escapado, no
te hemos hecho daño.
—¿Qué…
qué queréis de nosotros… de mí? —preguntó Woodin.
Lo
susurró entre sus labios secos, pensándolo simultáneamente.
Esta
vez no hubo respuesta mental. Los seres permanecían quietos, un
anillo silencioso de meditación de figuras sobrenaturales. Woodin
sintió su mente resquebrajándose bajo la tensión del silencio y
repitió la pregunta, gritando.
Esta
vez sí que hubo respuesta mental.
—No
respondía porque estaba analizando tu mente para comprobar que eras
lo suficientemente inteligente para comprender las ideas.
»A
pesar de que tu mente parece ser excepcionalmente rudimentaria es
posible que pueda apreciar suficientemente lo que deseamos
comunicarte para que nos entiendas.
»Antes
de empezar, sin embargo, debo advertirte que es casi imposible que
escapes o nos hagas daño y que cualquier intento resultaría
desastroso para ti. Es evidente que no sabes nada de la energía
mental así que te diré que estas dos criaturas iguales que tú han
muerto por el simple poder de nuestra voluntad y que tus músculos no
respondían las órdenes de tu cerebro por el mismo poder. Gracias a
nuestra energía mental seríamos capaces de aniquilar completamente
tu cuerpo, si quisiésemos.
Hubo
una pausa y, en ese breve silencio, el atontado cerebro de Woodin
intentó aferrarse desesperadamente a la cordura, a la solidez.
Entonces
regresó aquella voz mental que sonaba como una voz real hablando en
su cerebro.
—Somos
los hijos de una galaxia cuyo nombre, traducido lo mejor posible a tu
lenguaje, es Arctar. La galaxia de Arctar se encuentra a tantos
millones de años luz de esta galaxia que se halla más allá de la
curva de la esfera del cosmos tridimensional
»Hace
mucho tiempo llegamos a dominar esa galaxia. Dado que somos criaturas
capaces de usar nuestra energía mental para transportarnos, como
fuerza física y para producir cualquier efecto que necesitáramos,
conquistamos y colonizamos rápidamente la galaxia viajando de sol a
sol sin necesidad de ningún vehículo.
»Teniendo
toda la galaxia de Arctar bajo nuestro control, pusimos nuestras
miras en los dominios de más allá. Existen aproximadamente mil
millones de galaxias en el cosmos tridimensional y nos pareció
adecuado colonizarlas para que con el tiempo toda la materia del
cosmos estuviese bajo nuestro control.
»El
primer paso fue incrementar nuestro número, así que nos
multiplicamos hasta ser los suficientes para la gran tarea de
colonizar el cosmos. Esto no fue difícil, dado que, evidentemente,
para nosotros la reproducción es una simple cuestión de división.
Cuando fuimos bastantes, nos dividimos en cuatro grupos.
»A
continuación la gran esfera del cosmos tridimensional fue dividida
en cuatro partes, una para cada grupo. Cada fuerza tenía que
colonizar su porción del cosmos, así que las tremendas huestes
partieron de Arctar en cuatro direcciones.
»Una
de esas fuerzas llegó hace eones a esta galaxia vuestra, con la
intención de colonizar todos los mundos habitables. Todo esto llevó
mucho tiempo, por supuesto, pero nuestras vidas son muchísimo más
largas que las vuestras y comprendemos que los logros de la raza lo
son todo y que los logros individuales no son nada. Durante la
colonización de esta galaxia, varios millones de arctarianos
vinieron a este sol en particular y, al descubrir que este era el
único planeta habitable de los nueve cercanos, se establecieron
aquí.
»Ha
sido siempre la regla que los colonizadores de todos esos mundos del
cosmos debían mantener la comunicación con el lugar de origen de
nuestra especie, la galaxia Arctar. De esa forma, nuestra gente, que
ya controla todo el universo, es capaz de concentrar en un único
punto todo el conocimiento y el poder y, desde ese punto, mandar
órdenes que den forma a los grandes proyectos para el cosmos.
»Pero
de este mundo no se ha recibido ningún comunicado desde poco después
de la llegada de los arctarianos. Cuando nos dimos cuenta por primera
vez, el asunto fue postergado. Se creía que al cabo de unos cuantos
millones de años también llegarían informes de este mundo. Pero al
no recibir ninguna noticia, después de más de mil millones de años
de silencio, el consejo directivo de Arctar ordenó enviar una
expedición para determinar las razones del silencio de los
colonizadores.
»Nosotros
diez formamos esa expedición y partimos de uno de los mundos cuyo
sol vosotros llamáis Sirio, situado a corta distancia de vuestro
sol, donde también hay colonizadores. Se nos ordenó venir a este
mundo a toda velocidad para determinar por qué los colonizadores no
habían enviado ningún informe. Así que, navegando a través del
vacío gracias a nuestro poder mental, cruzamos el espacio entre sol
y sol y, hace unos días, llegamos a vuestro mundo.
»¡Imagina
nuestra perplejidad cuando descendimos flotando a vuestro mundo! En
vez de encontrar cada kilómetro cuadrado habitado por arctarianos
como nosotros, descendientes de los colonos originales, en un mundo
sometido completamente a su control mental, ¡encontramos un planeta
que es en su totalidad una zona salvaje llena de extrañas formas de
vida!
»Permanecimos
en la zona donde habíamos aterrizado y pasamos cierto tiempo
enviando nuestra visión lejos y escaneando mentalmente todo el
mundo. Nuestra perplejidad creció, dado que nunca habíamos visto
formas de vida grotescas y degradadas como las que se presentaban
ante nosotros. Y no hemos visto ni un solo arctariano en el planeta.
»Esto
nos ha dejado extremadamente desconcertados. ¿Qué podría haber
acabado con los arctarianos? ¿Quién colonizó este planeta?,
imposible que las mentes penosas y débiles que ahora pueblan este
planeta derrotasen y destruyesen a nuestros poderosos colonos y a sus
descendientes. Pero ¿dónde están?
»Por
eso pretendíamos capturaros. Aunque conocíamos la inferioridad de
vuestras mentes, seguro que incluso criaturas como vosotros tienen
que saber lo que ha pasado con los colonos que una vez habitaron este
mundo.
El
hilo mental se paró un momento, después entró en la mente de
Woodin con una pregunta clara:
—¿Sabes
qué pasó con nuestros colonos? ¿Tienes alguna pista sobre su
extraña desaparición?
El
biólogo paralizado se encontró negando lentamente con la cabeza:
—Nunca…
nunca he sabido de criaturas como vosotros, de mentes así. Que
sepamos, nunca han existido en la Tierra, y ya conocemos casi toda la
historia de la Tierra.
—¡Imposible!
—exclamó el pensamiento del líder arctariano.
Algo
debes de saber de nuestra poderosa gente si es cierto que conoces
toda la historia del planeta.
De
otra mente arctariana llegó otro pensamiento, dirigido al líder
pero afectando indirectamente al cerebro de Woodin.
—¿Por
qué no analizamos el pasado de este planeta a través del cerebro de
esta criatura y vemos qué podemos averiguar por nosotros mismos?
—¡Una
idea excelente! —exclamó el líder—. Su mente será bastante
fácil de analizar.
—¿Qué
vais a hacer? —clamó Woodin agudamente, con voz de pánico.
Los
pensamientos respuesta eran calmados, tranquilizadores.
—Nada
que te cause el más mínimo daño. Simplemente vamos a explorar el
pasado de tu especie desbloqueando los recuerdos heredados de tu
cerebro.
»En
las células sin usar de tu cerebro residen recuerdos heredados de la
especie que se remontan hasta tus más remotos antepasados. Gracias a
nuestro poder mental haremos que esos recuerdos enterrados se vuelvan
temporalmente dominantes y activos en tu mente.
»Experimentarás
las mismas sensaciones, verás las mismas escenas que tus remotos
antepasados vieron hace millones de años. Y nosotros, aquí a tu
alrededor, leeremos tu mente como hacemos ahora y veremos lo que tú
estés viendo mirando el pasado de este planeta.
»No
hay peligro. Físicamente continuarás aquí, pero mentalmente
viajarás hacia atrás a través de los años. Primero llevaremos tu
mente al momento aproximado en que nuestros colonos llegaron a este
planeta, para ver qué les pasó.
Tan
pronto como ese pensamiento llegó a la mente de Woodin la escena
bajo la luz de las estrellas y las masas de los arctarianos
desaparecieron repentinamente y su conciencia atravesó un torbellino
de niebla gris.
Sabía
que físicamente no se estaba moviendo, pero mentalmente tenía una
terrible sensación de velocidad. Era como si su mente diese vueltas
a través de impensables abismos, con su cerebro expandiéndose.
Luego
la niebla desapareció abruptamente. Una nueva y extraña escena tomó
forma en la mente de Woodin.
Era
una escena que sentía pero no veía. Su mente la captaba a través
de un sentido que no era la vista. No por ello era menos real y
vívida.
Miró
con el extraño sentido una tierra extraña, un mundo de mares grises
y continentes de roca sin una pizca de vida. El cielo estaba
completamente nublado y la lluvia caía continuamente.
Mirando
hacia ese mundo, Woodin sentía cómo caía junto a un conjunto de
extraños acompañantes. Cada uno de ellos era una masa amorfa,
brillante y unicelular, con un núcleo central. Eran arctarianos y
Woodin sabía que él era un arctariano y que había llegado a ese
mundo acompañado de otros tras un viaje por el espacio.
El
grupo aterrizó en un planeta áspero y sin vida. Hicieron un
esfuerzo mental y por pura fuerza telequinética alteraron la materia
del mundo para adaptarla a sus necesidades. Levantaron grandes
estructuras y ciudades, ciudades que no eran de materia sino de
pensamiento. Llevaron a cabo una gran cantidad de investigaciones,
experimentos y comunicaciones cuyo motivo y cuyos logros quedaban muy
lejos de la comprensión actual con mente humana. Repentinamente,
todo se volvió a disolver en una niebla gris.
La
niebla se disipó casi de inmediato y Woodin se encontró viendo otra
escena. Una escena muy posterior. Veía que el tiempo había
provocado unos extraños cambios sobre los arctarianos, de los
cuales, él seguía siendo uno. Habían pasado de seres unicelulares
a pluricelurares y ya no eran todos iguales. Unos estaban adheridos
por la base, otros en un punto, otros eran móviles. Unos mostraban
una tendencia hacia el agua, otros hacia la tierra. Algo había
cambiado la forma del cuerpo de los arctarianos generación tras
generación, diversificándolos en ramas.
Esta
extraña degeneración de sus cuerpos había ido acompañada por una
degeneración similar de sus mentes. Woodin lo sentía. En las
ciudades de pensamiento el proceso de búsqueda de conocimiento y
poder se había vuelto confuso, caótico. Y las propias ciudades de
pensamiento estaban desapareciendo. Los arctarianos ya no tenían el
suficiente poder mental para mantenerlas.
Los
arctarianos intentaban determinar qué estaba causando esa extraña
degeneración física y mental. Pensaban que algo estaba influyendo
en sus genes, pero no lograban adivinar de qué se trataba. ¡En
ningún otro mundo habían degenerado de aquella forma!
La
escena cambió rápidamente a otra posterior. Woodin vio la escena,
dado que su antepasado, a través de cuya mente miraba, había
desarrollado ojos. Y vio que la degeneración había ido mucho más
lejos, los cuerpos multicelulares de los arctarianos estaban cada vez
más afectados por la enfermedad de la complejidad y la
diversificación.
La
última de las ciudades de pensamiento había desaparecido. Los una
vez poderosos arctarianos se habían convertido en seres repulsivos,
complejos organismos que degeneraban cada vez más, algunos de ellos
arrastrándose y nadando por el agua, otros fijos a la tierra.
Todavía
conservaban parte de la gran mente de sus antepasados originales.
Esas monstruosas criaturas degeneradas que vivían en la tierra y en
el mar, en lo que la mente de Woodin reconoció como la era
Paleozoica, todavía hacían desesperados y fútiles intentos por
detener el terrible avance de su degeneración.
La
mente de Woodin saltó a una escena posterior, la era Mesozoica. La
propagación de la degeneración había convertido a los
descendientes de los colonos en un grupo aún más horrible de
especies. Se habían convertido en grandes criaturas membranosas,
escamosas y con garras, en reptiles de tierra y acuáticos.
Incluso
esas criaturas tan increíblemente cambiadas poseían un ligero resto
del poder mental de sus antepasados. Hacían vanos intentos por
comunicarse con los arctarianos de otros mundos de soles distantes,
para informarlos de su apremiante situación. Pero sus mentes eran
demasiado débiles.
Continuó
con una escena del Cenozoico. Los reptiles se habían convertido en
mamíferos; el deterioro de los arctarianos había progresado aún
más. En esos degradados descendientes solo quedaban meras pizcas de
la mentalidad original. Y esta penosa posteridad había producido una
especie aún más tonta y sin ninguno de los poderes mentales
anteriores: simios que vagaban por las frías explanadas en grupos,
parloteando, discutiendo. En esas criaturas se habían disipado los
últimos restos de la herencia arctariana, la antigua tendencia hacia
la dignidad, la limpieza y la paciencia.
Y
después una última imagen llenó el cerebro de Woodin. Era el mundo
actual, el mundo que había visto con sus propios ojos. Pero vio y
comprendió, como nunca antes lo había hecho, que era un mundo en el
que la degeneración había alcanzado su grado máximo.
Los
monos se habían convertido en criaturas bípedas aún más débiles,
que habían perdido casi cualquier átomo de la herencia de las
viejas mentes de los arctarianos. Esas criaturas habían perdido
también muchos de los sentidos que incluso los simios anteriores
conservaban. Y esas criaturas, esos humanos, degeneraban con
creciente rapidez. Al principio solo mataban, como sus antepasados,
para comer, pero ya habían aprendido a matar cuando les apetecía. Y
habían aprendido a matarse grupo contra grupo, tribu contra tribu,
nación contra nación y hemisferio contra hemisferio. En la locura
de su degeneración se masacraban unos a otros hasta que la tierra se
empapaba de sangre.
Eran
más crueles incluso que los simios que los habían precedido,
crueles con la absoluta crueldad de la locura. Y en su progresiva
demencia llegaban a pasar hambre en medio de la abundancia, a matarse
los unos a los otros en sus propias ciudades, a someterse al azote de
miedos supersticiosos como ninguna otra criatura había hecho antes.
Eran
el último descendiente terrible, el último producto degenerado de
los antiguos colonos arctarianos que una vez fueron los reyes del
intelecto. Ahora que los otros animales estaban prácticamente
extintos, estos, los últimos monstruos horrorosos, acabarían
definitivamente la terrible historia aniquilándose, por efecto de su
locura, entre sí.
Woodin
volvió repentinamente a la realidad. Estaba de pie, a la luz de las
estrellas, en el centro del claro, junto al río. Y a su alrededor
seguían estando los diez arctarianos amorfos, formando un anillo
silencioso.
Atontado,
tambaleándose por la tremenda y espantosa visión que había pasado
con increíble viveza por su mente, se giró lentamente mirando a
cada uno de los arctarianos. Sus pensamientos le llegaban al cerebro,
fuertes, sombríos, estremecidos por el horror y la aversión.
El
asqueado pensamiento del líder arctariano golpeó la mente de
Woodin.
—¡Así
que eso fue lo que les sucedió a los colonos arctarianos que
vinieron a este mundo! Degeneraron, cambiaron a formas de vida cada
vez más inferiores hasta convertirse en estas penosas y dementes
cosas
que ahora pueblan este mundo, sus últimos descendientes.
»¡Este
es un mundo de horror mortal! Un mundo que de alguna forma daña los
genes de nuestra especie y la modifica física y mentalmente,
degenerándola progresivamente con cada generación. Ante nosotros
tenemos el espantoso resultado.
El
estremecido pensamiento de otro arctariano preguntó:
—Pero
¿qué podemos hacer ahora?
—No
podemos hacer nada —declaró su líder solemnemente—. Esta
degeneración, este horrible cambio, ha llegado demasiado lejos para
que podamos revertirlo.
»En
este mundo venenoso nuestros inteligentes hermanos se convirtieron en
criaturas espantosas y ya no podemos retroceder en el tiempo y
restaurarlos a partir de estos degradados elementos que son sus
descendientes.
Woodin
encontró su voz y protestó débilmente con una voz aguda:
—¡No
es verdad! ¡Todo lo que he visto es mentira! Los humanos no somos el
producto de un proceso involutivo. ¡Somos el producto de años de
continua evolución! ¡Tenemos que serlo, os digo! Porque no
querríamos vivir, no querría vivir si esa historia fuese cierta.
¡No puede ser cierta!
El
pensamiento del líder arctariano, dirigido a las otras entidades
amorfas, alcanzó su desquiciada mente. Estaba impregnado de pena,
pero también cargado de un fuerte desprecio inhumano.
—Vamos,
hermanos —dijo a sus compañeros—. En este mundo enfermizo no
podemos hacer nada.
»Marchémonos
antes de que nosotros también nos envenenemos y cambiemos. Y
enviaremos una advertencia a Arctar diciendo que este mundo está
envenenado, que es un mundo de degeneración, para que nunca más
alguien de nuestra especie venga aquí y recorra el terrible camino
que otros siguieron.
»¡Vamos!
Volvamos a nuestro propio sol.
La
deforme figura del líder arctariano se aplanó, se convirtió en un
disco y se elevó suavemente en el aire. Los otros cambiaron también
y le siguieron, en grupo, y el estupefacto Woodin miró hacia arriba
y vio brillantes puntos disipándose rápidamente entre las
estrellas.
Anduvo
a trompicones unos pasos, agitando furiosamente el puño hacia los
brillantes puntos que se desvanecían.
—Volved,
¡malditos! —gritó—. ¡Volved y decidme que es mentira!
»Debe
ser mentira… debe…
Ya
no había rastro de los arctarianos en el cielo estrellado. La
oscuridad era extensa y profunda alrededor de Woodin.
Gritó
de nuevo hacia la noche, pero solamente le respondieron los susurros
del eco. Con los ojos desorbitados y el alma rota, su mirada cayó
sobre la pistola que Ross tenía en la mano. La recogió con un ronco
lamento.
Un
ruido repentino y ensordecedor quebró la tranquilidad del bosque,
reverberó un momento y murió rápidamente. Todo volvía a estar en
silencio, excepto por el susurro líquido del río.
Amazing stories, 1936.
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