Cuando el emperador Wu Ti murió en
su vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se
dio cuenta. Todos estaban demasiado ocupados en obedecer sus órdenes.
El único que lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre
ambicioso que aspiraba al trono. No dijo nada y ocultó el cadáver.
Transcurrió un año de increíble prosperidad para el imperio. Hasta
que, por fin, Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado, del
difunto emperador. ¿Veis? -dijo – Durante un año un muerto se
sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser el
emperador.
El
pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que
fuese tan perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio
continuase.
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