Porque eres hermosa, pero olías mal, supe que te habían matado. Y tú pensaste lo mismo de mí. Dijiste: «Eres un anciano elegante, pero apestas». Después del largo evento de la intervención desnuda, juntaste las manos y te inclinaste. «Gracias», dijiste. «Ha sido la primera vez que no he hecho nada.» Muchas han sido las cosas maravillosas que me han dicho sobre mi suerte, pero aquélla fue sin duda la más maravillosa. «¿Cómo huelo ahora?», te pregunté. «Peor que nunca», dijiste. «Eso mismo pienso de ti», dije yo. Después volviste a Francia (¿o era Holanda?) y desde entonces hemos sido buenos amigos. A veces, cuando los colibríes están quietos, huelo cómo te pudres al otro lado del mundo.
Libro del anhelo, 2006.
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