En los cabarets
de la ciudad de los robots, los clientes beben aceite enriquecido, se
conectan a redes eléctricas de voltajes exóticos y escuchan a los
músicos y cantantes. Hay desde androides con formación operística
hasta arañas rupestres que tocan cuatro guitarras a la vez. Y los
repertorios también son muy variados: piezas de Kraftwerk y otros
clásicos se alternan con las de cantautores actuales.
Pero
el más curioso de todos estos artistas es Benito Punzón, quien cada
noche aparece en el escenario, impecablemente vestido, y no utiliza
ningún instrumento, ni siquiera su altavoz integrado. En cambio,
zumba como planta eléctrica, martilla como antigua caja
registradora, incluso imita el rascar de la piedra en las minas
profundas: todos esos sonidos que para los robots son signos del
pasado más remoto, de antes de la existencia del primer cerebro
electrónico. La mayoría nunca los ha escuchado en otra parte pero
todos se conmueven: alguno tiembla, otro arroja chispas que son como
lágrimas.
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