miércoles, 3 de agosto de 2022

La última mujer. Eduardo Berti.

Ella sentía tanto pudor que evitaba desvestirse en su presencia. Un pudor desmedido, observó él. Un pudor que ocultaba, se diría, algún misterio. Por fin le dio la espalda, se quitó la blusa y volteó enseñándole sus senos puntiagudos, aunque cruzando los brazos a la altura del abdomen.
"¿Ves?", le dijo sin mirarlo. "Ningún hombre ha visto antes esto", y le mostró en consecuencia su asombroso cuerpo sin ombligo.
"Cuando nací —contó—, no hizo falta cortar el cordón umbilical. Tiraron de él y mi ombligo se arrancó, limpio y entero, del vientre. Mi padre me puso Eva, como la primera mujer que, al nacer de la costilla de Adán, también carecía de un ombligo. Mi madre se sobresaltó y, en un arranque de superstición, exclamó que si la primera mujer había nacido sin ombligo, ahora yo podía muy bien ser la última. Los médicos rieron de buena gana: aun así, hasta que en el ala contraria no nació la siguiente niña, una incertidumbre (no sé si exagerada) reinó en aquel hospital".
Él escuchó en silencio su relato y se rió de la misma forma que los médicos parteros. Luego recorrió con la lengua en vientre liso. Y la amó como si en efecto fuera la última mujer de la tierra.

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