El
señor W.C. Morrow, que solía vivir en San José, California,
acostumbraba escribir cuentos de fantasmas que daban al lector la
sensación de que un tropel de lagartijas, recién salidas del hielo,
le corrían por la espalda y se le escondían entre los cabellos. En
esa época, se creía que merodeaba por San José el alma en pena de
un famoso bandido llamado Vásquez, a quien ahorcaron allí. El
pueblo no estaba muy bien iluminado y de noche la gente salía lo
menos posible de su casa.
Una
noche particularmente oscura, dos caballeros caminaban por el sitio
más solitario dentro del ejido, hablando en voz baja para darse
coraje, cuando se tropezaron con el señor J.J. Owen, conocido
periodista:
—¡Caramba,
Owen! —dijo uno—. ¿Qué le trae por aquí en una noche como
ésta? ¿No me dijo que este era uno de los sitios preferidos por el
ánima de Vásquez? ¿No tiene miedo de estar afuera?
—Mi
querido amigo —respondió el periodista con voz lúgubre—, tengo
miedo de estar adentro. Llevo en el bolsillo una de las novelas de
Will Morrow y no me atrevo a acercarme donde haya luz suficiente para
leerla.
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