El
gato persa, rechoncho y peludo, que dormita en almohadones de pluma,
nunca llena su estómago. Reclama porque todo lo que va a su plato le
resulta insuficiente. Reclama si acaso algún ratoncito mordisquea
una cascarita de su pan. Los ratones, sometidos pero solidarios,
arriman lo que tienen a su alcance, privándose del propio alimento.
Cada vez engorda más el gato, y cada vez enflaquecen más los
ratones.
El
gato sabe convencerlos de que así son todos felices.
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