La
primera vez que me vi fue en el parque del Salón. De pronto apareció
ante mí un hombre ya no tan joven, sentado con las piernas cruzadas,
con un pequeño libro en la mano. Los niños y Ana estaban en los
columpios y no se dieron cuenta. Durante un tiempo escurridizo lo
contemplé lleno de ansiedad. Era obvio que él no podía verme: así
pues, yo era un fantasma, o un sueño, o un reflejo de su mente.
Entonces sentí la urgencia de saber lo que estaba pensando, pero su
expresión era cerrada y opaca. No había que ser muy listo, sin
embargo, para saber que pensaba en mí. Me revolví en aquella
oscuridad opresiva y angosta, y traté de llamarlo. Pero él ya se
levantaba, cerraba el libro, se iba en busca de Ana y los niños que
protestaban porque querían quedarse un rato en el parque.
La llave dorada, 2004.
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