Conocer
a una mujer una tarde, en una terraza del centro de su ciudad.
Convidarla a un café y entablar con ella una conversación ligera,
pero no superficial. Apreciar la calidez y el silencio, su rutina de
sonrisas, titubeos. Imaginar vivamente su aliento en el nuestro y la
caricia dorada del sol en su pelo castaño, en la ventana, al caer la
tarde.
Amarla
después, echarla de menos. Aguardar a que pasen catorce días
exactos.
Entonces
ya está usted listo para escribir una carta.
Aquí yacen dragones, 2013.
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