Cide Hamete, autor de El ingenioso hidalgo don quijote de la Mancha,
escribió un diálogo para este libro que hasta ahora no se había
dado a conocer, y es dado hoy a la luz con la intención de agregarlo
a la célebre obra, y así todas las villas y lugares de la Mancha,
de España y del mundo compitan entre sí por divulgar y hacer suyas
su fama y su memoria. Dicho episodio comienza cuando Sancho Panza se
encuentra ahogado en mares de llanto, viendo a don Alonso Quijano
postrado en su lecho, pocas horas antes de morir.
En una de esas
pausas de llanto en que Sancho fue a procurarse un poco de vino para
mitigar su sed, don Alonso sorpresivamente se inclinó, vio a Sancho
y le hizo señas de que se acercase a su lecho. Sancho, ni corto ni
perezoso, se acercó a su amo; aquél le tomó de un brazo y con una
sonrisa pícara le susurró al oído:
-Sancho, de haber
nacido otra vez, ¿quién habrías querido ser?
-¿Yo... mi señor?
-Sí, Sancho, dime
quién.
-Pues usted, mi
señor, en otra vida me gustaría ser usted y cabalgar por los campos
de Castilla y de España junto a Sansón Carrasco y Sancho Panza.
-¿Estás hablando
en serio, Sancho, o de nuevo estás diciendo disparates?
-No, mi señor
Alonso Quijano, ya que usted recurperó la cordura y ahora se
arrepiente de sus locuras, yo le digo que si mi Dios Jesucrito me
permitiera nacer otra vez, me gustaría ser don Quijote de la Mancha
y volver a recorrer los caminos del mundo y ganar batallas y los
amores de bellas mujers. Y usted, señor mío, si a usted le dieran
la oportunidad de vivir su vida otra vez, ¿quién le hubiera gustado
ser?
-Pues tú, Sancho,
me hubiera gustado ser Sancho Panza, un buen hombre que se atrevía a
creer en la locura de otro hombre porque sí, sin más esperanza y
herencia que ser gobernador de una isla que no existe.
-Pues entonces
estamos a mano, amo y señor mío, nuestras vidas están cumplidas y
nuestros destinos realizados, creo yo.
-Así es, Sancho,
así lo quiso nuestro señor Jesucristo, que es grande y sabio.
Alonso Quijano dijo
esto y después expiró. Sancho tomó el brazo de su amo -que había
permanecido hacía pocos segundos temblanso sobre su hombro- y lo
colocó suavemente sobre el pecho exánime de don Alonso.
Cide Hamete, el
escritor, y el bachiller Sansón Carrasco los contemplaban a ambos
cuando esto tuvo lugar; ellos fueron únicos testigos de las
postreras palabras que cruzaron Sancho Panza y Alonso Quijano. Entre
Hamete y Carrasco hubo el acuerdo tácito de que tales palabras
debían se insertadas en la novela, pero por algún desconocido
percance el diálogo no pudo ser incluido en la edición que el
impresor Juan de la Cuesta hizo de El ingenioso hidalgo don Quijote
de la Mancha en 1615.
Mientras se dirigían
a hacer los preparativos para dar cristiana sepultura a don Alonso,
Sansón Carrasco preguntó a Cide Hamete Berengeli cuál de los
tantos personajes que había creado la febril imaginación del
Quijote, y que él había recogido en su pluma, le habría gustado
ser.
-Me habría gustado
ser el Caballero de los Espejos, que es justamente el personaje que
tú creaste disfrazándote, para divertirte y darle más vida a don
Quijote, ése es un invento genial, te lo aseguro. Por ello te doy
las gracias. Fue el único caballero que logró vencer en batalla
limpia a don Quijote. Y usted, Sansón, ¿quién le habría gustado
ser de entre todas esas fantásticas aventuras imaginadas por don
Quijote?
-Pues le digo con
todas sinceridad que más bien me hubiera gustado ser un escritor
diestro como usted, maestro Hmete, con tanta facilidad para manejar
esa pluma, la misma que parecía decir "para mí sola nació don
Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos
somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido".
-Le agradezco mucho
su elogio, bachiller, pero me parece que otorga usted más honores a
esa pluma que a mi persona -replicó Cide Hamete, sonriendo apenas y
al unísono con el bachiller Carrasco, mientras se encaminaban ambos
a contribuir con los arreglos del sepelio. Hamete recogió estos
hechos y palabras postreros y los mantuvo largo tiempo consigo,
atesorados en un manuscrito de pergamino. El mencionado manuscrito
fue hallado hace poco en el anaquel de una vieja posada de Madrid,
donde un tal Miguel de Cervantes solía pasar largas horas
descansando o escribiendo, por aquel año de 1615.
El hombre de los pies perdidos, 2005.
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