domingo, 14 de marzo de 2021

Diálogo postrero entre Sancho Panza y Alonso Quijano, oído por el autor del Quijote. Gabriel Jiménez Emán.

Cide Hamete, autor de El ingenioso hidalgo don quijote de la Mancha, escribió un diálogo para este libro que hasta ahora no se había dado a conocer, y es dado hoy a la luz con la intención de agregarlo a la célebre obra, y así todas las villas y lugares de la Mancha, de España y del mundo compitan entre sí por divulgar y hacer suyas su fama y su memoria. Dicho episodio comienza cuando Sancho Panza se encuentra ahogado en mares de llanto, viendo a don Alonso Quijano postrado en su lecho, pocas horas antes de morir.
En una de esas pausas de llanto en que Sancho fue a procurarse un poco de vino para mitigar su sed, don Alonso sorpresivamente se inclinó, vio a Sancho y le hizo señas de que se acercase a su lecho. Sancho, ni corto ni perezoso, se acercó a su amo; aquél le tomó de un brazo y con una sonrisa pícara le susurró al oído:
-Sancho, de haber nacido otra vez, ¿quién habrías querido ser?
-¿Yo... mi señor?
-Sí, Sancho, dime quién.
-Pues usted, mi señor, en otra vida me gustaría ser usted y cabalgar por los campos de Castilla y de España junto a Sansón Carrasco y Sancho Panza.
-¿Estás hablando en serio, Sancho, o de nuevo estás diciendo disparates?
-No, mi señor Alonso Quijano, ya que usted recurperó la cordura y ahora se arrepiente de sus locuras, yo le digo que si mi Dios Jesucrito me permitiera nacer otra vez, me gustaría ser don Quijote de la Mancha y volver a recorrer los caminos del mundo y ganar batallas y los amores de bellas mujers. Y usted, señor mío, si a usted le dieran la oportunidad de vivir su vida otra vez, ¿quién le hubiera gustado ser?
-Pues tú, Sancho, me hubiera gustado ser Sancho Panza, un buen hombre que se atrevía a creer en la locura de otro hombre porque sí, sin más esperanza y herencia que ser gobernador de una isla que no existe.
-Pues entonces estamos a mano, amo y señor mío, nuestras vidas están cumplidas y nuestros destinos realizados, creo yo.
-Así es, Sancho, así lo quiso nuestro señor Jesucristo, que es grande y sabio.
Alonso Quijano dijo esto y después expiró. Sancho tomó el brazo de su amo -que había permanecido hacía pocos segundos temblanso sobre su hombro- y lo colocó suavemente sobre el pecho exánime de don Alonso.
Cide Hamete, el escritor, y el bachiller Sansón Carrasco los contemplaban a ambos cuando esto tuvo lugar; ellos fueron únicos testigos de las postreras palabras que cruzaron Sancho Panza y Alonso Quijano. Entre Hamete y Carrasco hubo el acuerdo tácito de que tales palabras debían se insertadas en la novela, pero por algún desconocido percance el diálogo no pudo ser incluido en la edición que el impresor Juan de la Cuesta hizo de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha en 1615.
Mientras se dirigían a hacer los preparativos para dar cristiana sepultura a don Alonso, Sansón Carrasco preguntó a Cide Hamete Berengeli cuál de los tantos personajes que había creado la febril imaginación del Quijote, y que él había recogido en su pluma, le habría gustado ser.
-Me habría gustado ser el Caballero de los Espejos, que es justamente el personaje que tú creaste disfrazándote, para divertirte y darle más vida a don Quijote, ése es un invento genial, te lo aseguro. Por ello te doy las gracias. Fue el único caballero que logró vencer en batalla limpia a don Quijote. Y usted, Sansón, ¿quién le habría gustado ser de entre todas esas fantásticas aventuras imaginadas por don Quijote?
-Pues le digo con todas sinceridad que más bien me hubiera gustado ser un escritor diestro como usted, maestro Hmete, con tanta facilidad para manejar esa pluma, la misma que parecía decir "para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido".
-Le agradezco mucho su elogio, bachiller, pero me parece que otorga usted más honores a esa pluma que a mi persona -replicó Cide Hamete, sonriendo apenas y al unísono con el bachiller Carrasco, mientras se encaminaban ambos a contribuir con los arreglos del sepelio. Hamete recogió estos hechos y palabras postreros y los mantuvo largo tiempo consigo, atesorados en un manuscrito de pergamino. El mencionado manuscrito fue hallado hace poco en el anaquel de una vieja posada de Madrid, donde un tal Miguel de Cervantes solía pasar largas horas descansando o escribiendo, por aquel año de 1615.


 El hombre de los pies perdidos, 2005.

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