El nuevo cigarrero del zaguán
—flaco, astuto— lo miró burlonamente al venderle el atado.
Juan
entró en su cuarto, se tendió en la cama para descansar en la
oscuridad y encendió en la boca un cigarrillo.
Se
sintió furiosamente chupado. No pudo resistir. El cigarro lo fue
fumando con violencia; y lanzaba espantosas bocanadas de pedazos de
hombre convertidos en humo.
Encima
de la cama el cuerpo se le fue desmoronando en cenizas, desde los
pies, mientras la habitación se llenaba de nubes violáceas.
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