Un transeúnte
preguntó a un muchacho que lloraba amargamente cuál era la causa de
su congoja.
—Había reunido dos monedas para ir al cine —dijo
el interrogado—, pero se me ha acercado un chico y me quitó una —y
señaló a un chiquillo que estaba a cierta distancia.
—¿Y no
pediste ayuda? —preguntó el hombre.
—Claro que sí —replicó
el muchacho, sollozando con más fuerza.
—¿Y nadie te oyó?
—siguió preguntando el hombre, al tiempo que lo acariciaba
tiernamente.
—No —gimió el niño.
—¿Y no puedes
gritar más fuerte? —preguntó el hombre.
—No —replicó el
chico, mirándolo con ojos esperanzados, pues el hombre
sonrió.
—Entonces, dame la que te queda —dijo el hombre, y
quitándole la última moneda de la mano, prosiguió
despreocupadamente su camino.
Historias del señor Keuner, 1958.
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