lunes, 24 de julio de 2023

Padre e hija. Daniil Jarms.

Natasha tenía dos caramelos. Entonces se comió un caramelo y solo le quedó uno. Natasha dejó el caramelo en la mesa que tenía delante y se echó a llorar.
De repente miró y vio que había otra vez dos caramelos encima de la mesa.
Natasha se comió un caramelo y una vez más se echó a llorar.
Natasha lloraba, pero con el rabillo del ojo miraba a la mesa, no fuera a aparecer otra vez el segundo caramelo. Pero ese segundo caramelo no aparecía.
Natasha dejó de llorar y se puso a cantar. Cantaba y cantaba, y de repente se murió.
Llegó el papá de Natasha, la cogió y se la llevó al administrador del edificio.
-Mire -dijo el papá de Natasha-, haga el favor de certificar la defunción.
El administrador sopló en su sello y se lo estampó a Natasha en la frente.
-Gracias -dijo el papá de Natasha, y se llevó a Natasha al cementerio.
Pero en el cementerio estaba Matvéi, el vigilante. Matvéi no se movía de la puerta y no dejaba pasar a nadie, de manera que a los difuntos había que enterrarlos en plena calle.
El papá de Natasha enterró a su hija en la calle, se quitó el sombrero, lo dejó justo donde había enterrado a Natasha y se fue para casa.
Llegó a casa, y Natasha ya estaba allí. ¿Qué había pasado? Pues muy sencillo: había salido de la tierra y se había marchado corriendo a casa.
¡Menuda historia! El padre estaba tan desconcertado que le dio un ataque y se murió.
Natasha llamó al administrador y le dijo:
-Haga el favor de certificar la defunción.
El administrador sopló en su sello y lo estampó en una hoja, y después en esa misma hoja anotó unas palabras: «Por la presente certifico que Fulano de tal ha muerto efectivamente».
Cogió Natasha la hoja y se la llevó al cementerio para enterrarla. Pero el vigilante Matvéi le dijo a Natasha:
-Tú aquí no pasas por nada del mundo.
Le dice Natasha:
-Yo solo quiero enterrar esta hoja.
Y el vigilante:
-Mejor no insistas.
Natasha enterró la hoja en la calle, dejó los calcetines en el lugar donde la había enterrado y se fue para casa.
Llegó a casa, y allí estaba su padre, jugando solo a un pequeño billar con bolas metálicas.
Natasha se sorprendió, pero no dijo nada y se marchó a su cuarto a seguir creciendo.
Creció y creció, y cuatro años más tarde ya era toda una señorita. Y el papá de Natasha había envejecido y andaba encogido. Pero, cada vez que se acordaban de cómo cada uno de ellos había dado al otro por muerto, se echaban en el sofá y se partían de risa. A veces se pasaban veinte minutos riéndose.
Y los vecinos, en cuanto oían las risas, se ponían corriendo el abrigo y se marchaban al cine. Y un día se largaron así y ya no volvieron. Por lo visto, los atropelló un coche.


1 de septiembre de 1936.

Me llaman capuchino, 2006.

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