Debajo de un árbol, frente a la
casa, veíase una mesa y sentados a ella, la muerte y la niña
tomaban el té. Una muñeca estaba sentada entre ellas,
indeciblemente hermosa, y la muerte y la niña la miraban más que al
crepúsculo, a la vez que hablaban por encima de ella.
—Toma
un poco de vino —dijo la muerte.
La
niña dirigió una mirada a su alrededor, sin ver, sobre la mesa,
otra cosa que té.
—No
veo que haya vino —dijo.
—Es
que no hay —contestó la muerte.
—¿Y
por qué me dijo usted que había? —dijo.
—Nunca
dije que hubiera sino que tomes —dijo la muerte.
—Pues
entonces ha cometido usted una incorrección al ofrecérmelo
—respondió la niña muy enojada.
—Soy
huérfana. Nadie se ocupó de darme una educación esmerada —se
disculpó la muerte.
La
muñeca abrió los ojos.
Prosa completa, 2015.
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