sábado, 8 de julio de 2023

Nosotros matamos a David Foster Wallace. Manu Espada.

Al Colectivo Extrañamiento.
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Nos convertimos en unos auténticos desalmados hijos de perra. Nosotros solos acabamos con la vida de, al menos, una veintena de escritores. Esas muertes siempre se relacionaron con el suicidio. Escritor atormentado y suicidio eran un silogismo atractivo para la prensa y obvio para los forenses. Al primero lo matamos sin querer. Al segundo lo quitamos de en medio con el fin de demostrar que nuestra teoría tenía sentido. Al resto los asesinamos sin piedad. Nos convertimos en asesinos en serie. Todo comenzó cuando acabamos el taller de escritura. Decidimos hacer una tertulia literaria todos los viernes por la tarde. Leíamos nuestros textos en voz alta para que el resto los desollara sin complejos y, de esta forma, acabar el año con un proyecto literario bien armado. También comentábamos el libro de un escritor conocido una vez al mes. David Foster Wallace se suicidó justo al día siguiente de que analizásemos “La niña del pelo raro”. Nos quedamos sorprendidos. Inquietos. Excitados. Podía tratarse de una casualidad, pero decidimos corroborar nuestra descabellada hipótesis. Elegimos a otro autor cuyo nombre obviaré en esta confesión. Horas después de nuestra tertulia, se tiró por el balcón, estallando en mil pedazos. La hipótesis se convertía en fórmula. Podíamos haber elegido escritores muertos, pero nos divertía la idea de jugar con la vida de aquellas personas omnipotentes y convertirlos en frágiles personajes. Primero escogimos a escritores que nos caían mal. Luego decidimos hacer una limpia y seleccionamos a unos cuantos escritores malos, sobre todo de best-sellers. Más tarde decidimos convertir en autores malditos a gente realmente buena. También subimos a los altares del martirio a un par de jóvenes promesas y a poetas de una sola obra. A partir de ese momento no nos regíamos por ningún criterio. Solo disponíamos de sus vidas, de la misma manera que ellos manejaban el destino de los personajes a su antojo y conveniencia. Comentábamos sus obras en la tertulia, y esa misma semana abrían la espita del gas o se cortaban las venas en la bañera. Mientras, continuábamos escribiendo nuestros propios textos. “Ella” fue la primera en acabar su proyecto, una aborrecible novela corta sobre la culpa. Aún recuerdo su sonrisa cuando acabó de leernos el último capítulo y cómo comenzó a revolverse en la silla con mis crueles comentarios. Se levantó entre terribles convulsiones, pero ninguno llegó a tiempo de cerrar la ventana. Yo permanecí sentado con los papeles en la mano. Aquella fue la última vez que nos reunimos. Hasta esta tarde. Sé que se han visto. Sé que han hablado de mi último libro.

Personajes secundarios, 2015.

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