K, Don Quijote y Sancho Panza
frente a los molinos de viento.
Don
Quijote: — ¡Ataque!
K:
— ¿Yo?
Don
Quijote: — ¿No vino aquí a desfacer agravios?
K:
—Vine a La Mancha porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un
tal Hermann Kafka.
Sancho:
— Ése caballero vive más al norte, señor K, donde hay ríos
llenos de truchas y bosques encantados.
Don
Quijote: —Vamos a buscarlo y nos olvidamos de estos gigantes de
brazos largos.
K:
— Pero, yo vengo del norte y él no está allí.
Sancho:
— Seguramente es otro norte el que usted buscó.
Don
Quijote: — Tiene razón el escudero: hay muchos nortes. ¡Andando!
K:
— Yo tengo una brújula y el norte es siempre el mismo. Mire.
Don
Quijote y Sancho: — ¡Válgame Dios!
Don
Quijote: —Usted es nigromante, K, y no nos había dicho nada.
K:
— Soy escritor igual que su amo.
Sancho:
—Mi amo no tiene amo, ¿o sí?
Don
Quijote: —El único escritor soy yo, ¿acaso sois ciegos?
K:
— Usted es un personaje creado por Don Miguel de Cervantes y
Saavedra.
Don
Quijote: —Ha perdido el norte irremediablemente, K. Deme el aparato
y finiquitamos el asunto. Usted se va por aquí y nosotros, por allá.
¿Le parece?
K
entrega la brújula a Don Quijote.
K:
— Ya no la necesito. Llegué al territorio de mis sueños y no me
di cuenta. Ahora, debo ir al sur.
Sancho:
— Si desea, podemos acompañarlo, ¿no es cierto, mi señor?
Don
Quijote: —Con la condición de que me llame “escritor” y no
“personaje”.
Sancho:
—Y que cuando diga “¡Ataque!”, usted ataca sin más ni más.
K:
—Muy bien, señores, haré lo que piden. Dicen que en el sur hay
volcanes activos y unos seres barbados que escriben historias mínimas
que me encantaría leer. Ahí puede estar mi padre.
A
Juan Armando Epple y Pedro Guillermo Jara
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