No
son las parcas quienes cortan el hilo ni es la enfermedad ni la bala
lo que mata. Morimos cuando, por puro azar, cumplimos el acto preciso
que nos marcó la vida al nacer: derramamos tres lágrimas de nuestro
ojo izquierdo mientras del derecho brotan cinco, todo en exactamente
cuarenta segundos; o tomamos con el peine justo cien cabellos; o
vemos brillar la hoja de acero dos segundos antes de que se hunda en
nuestra carne. Pocos son los signados con posibilidades muy remotas.
Matusalén murió después de parpadear ocho veces en perfecta
sincronía con tres de sus nietos.
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