Otra vieja se asomó a la ventana y se puso a mirar a la que se había caído, pero, por culpa de su excesiva curiosidad, también se cayó por la ventana y se estampó contra el suelo.
A continuación, una tercera vieja se cayó por la ventana, luego una cuarta, luego una quinta.
Cuando se cayó la sexta vieja, yo me harté del espectáculo y me fui al mercado Máltsevski, donde, al parecer, le habían regalado una bufanda de punto a un ciego.
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