Me
llamo Marcos. Siempre he querido ser Cristóbal.
No me refiero a
llamarme Cristóbal. Cristóbal es mi amigo; iba a decir el mejor,
pero diré que el único.
Gabriela es mi mujer. Ella me quiere
mucho y se acuesta con Cristóbal.
Él es inteligente, seguro de
sí mismo y un ágil bailarín. También monta a caballo y domina la
gramática latina. Cocina para las mujeres. Luego se las almuerza. Yo
diría que Gabriela es su plato predilecto.
Algún desprevenido
podrá pensar que mi mujer me traiciona: nada más lejos. Siempre he
querido ser Cristóbal, pero no vivo cruzado de brazos. Ensayo no ser
Marcos. Tomo clases de baile y repaso mis manuales de estudiante. Sé
bien que mi mujer me adora. Y es tanta su adoración, que la pobre se
acuesta con él, con el hombre que yo quisiera ser. Entre los gruesos
brazos de Cristóbal, mi Gabriela me aguarda desde hace años con los
brazos abiertos.
A mí me colma de gozo tanta paciencia. Ojalá
mi esmero esté a la altura de sus esperanzas, y algún día, muy
pronto, nos llegue el momento. Ese momento de amor inquebrantable que
ella tanto ha preparado, engañando a Cristóbal, acostumbrándose a
su cuerpo, a su carácter y sus gustos, para estar lo más cómoda y
feliz posible cuando yo sea como él y lo dejemos solo.
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