sábado, 13 de febrero de 2021

Las instrucciones de uso. Ursula K. Le Guin.

Escribí este artículo en 2000 como una charla para un grupo interesado en el alfabetismo y la literatura locales.

 
Se nombra embajador a un poeta. Se elige presidente a un dramaturgo. Los obreros de la construcción hacen cola con gerentes para comprar una nueva novela. Los adultos buscan orientación moral y desafíos intelectuales en historias sobre monos guerreros, gigantes de un solo ojo y caballeros locos que cargan contra molinos. El alfabetismo se considera un comienzo, no un fin.
Bueno, quizá ocurra en algún otro país, pero no en este. En Estados Unidos, la imaginación suele tenerse por algo que puede resultar útil cuando la televisión no funciona. La poesía y las obras teatrales no guardan relación alguna con la política práctica. Las novelas son para los estudiantes, las amas de casa y otras personas ociosas. La fantasía es para los niños y los pueblos primitivos. El alfabetismo sirve para leer las instrucciones de uso.
Yo creo que la imaginación es la herramienta singular más útil que posee la humanidad. Deja atrás al pulgar oponible. Puedo imaginar la vida sin mis pulgares, pero no sin mi imaginación.
Oigo voces que coinciden conmigo. «Sí, sí —exclaman—, ¡la imaginación creativa es una enorme ventaja en los negocios! ¡Valoramos la creatividad, la recompensamos!», En el mercado, la palabra creatividad ha pasado a designar la generación de ideas aplicables a determinadas estrategias prácticas con el fin de obtener mayores beneficios. Esta reducción semántica ha durado tanto tiempo que la palabra creativo apenas podría degradarse más. Yo ya no la uso; la dejo en manos de los capitalistas y los profesores universitarios para que abusen de ella a voluntad. Pero no pueden quedarse con imaginación.
La imaginación no es una forma de hacer dinero. No tiene cabida en el léxico del lucro. No es un arma, aunque todas las armas se originen en ella y de ella dependa el uso o no de las armas: como todas las herramientas y sus usos. La imaginación es un modo fundamental de pensar, un medio esencial de convertirse en humano y seguir siéndolo. Es una herramienta mental.
En consecuencia, tenemos que aprender a usarla. Los niños tienen imaginación desde un principio, como tienen cuerpo, intelecto, capacidad lingüística: todas cosas esenciales para constituir su humanidad, cosas que necesitan aprender a utilizar, y a utilizar bien. La instrucción, el entrenamiento y la práctica relativas a ella deberían empezar en la primera infancia y continuar durante toda la vida. Los humanos jóvenes necesitan ejercitar su imaginación como necesitan ejercitar todas las capacidades fundamentales de la vida, en un sentido físico y mental: por el bien del crecimiento, la salud, la competencia, la alegría. Esa necesidad continúa mientras la mente sigue viva.
Cuando los niños aprenden a escuchar y memorizar la literatura central de su pueblo o, en las culturas alfabetizadas, a leerla y comprenderla, su imaginación recibe gran parte del ejercicio que necesita.
Ninguna otra cosa sirve tanto, ni siquiera las demás artes. Somos una especie verbal. Las palabras son las alas con las que vuelan tanto el intelecto como la imaginación. La música, el baile, las artes visuales, las artesanías de todo tipo son centrales para el desarrollo y el bienestar humanos, y ningún arte o capacidad de aprendizaje son inútiles; pero, para adiestrar a la mente a abandonar la realidad inmediata y regresar a ella con una fuerza y un entendimiento renovados, no hay nada como un poema o un relato.
Por medio de relatos, todas las culturas se definen a sí mismas y enseñan a sus niños cómo ser personas y miembros de un grupo: hmong, !kung, hopi, quechua, francés, californiano… Somos los que llegamos al Cuarto Mundo… Somos la nación de Joan… Somos los hijos del Sol… Venimos del mar… Somos el pueblo que vive en el centro del mundo.
Un pueblo que no vive en el centro del mundo, tal y como lo definen y lo describen los poetas y narradores, lo pasa mal. El centro del mundo se encuentra allí donde vives. Allí el aire es respirable. Sabes el modo en que se hacen las cosas, cómo se hacen bien, según se debe.
Un niño que no sabe dónde se encuentra el centro —dónde está el hogar, qué es el hogar— lo pasa muy mal.
El hogar no es mamá y papá y una hermana y un perro. El hogar no es un sitio al que te tienen que dejar entrar. No es ningún sitio. Es imaginario.
El hogar, al imaginarse, empieza a ser. Es real, más real que cualquier otro sitio, pero no se puede llegar allí si no te enseñan a imaginarlo los tuyos, quienesquiera que sean. Puede que los tuyos no sean tus parientes. Puede que nunca hayan hablado en tu idioma. Puede que lleven miles de años muertos. Puede que no sean sino palabras impresas en papel, fantasmas de voces, sombras de mentes. Pero son capaces de llevarte a un hogar. Son tu comunidad humana.
Todos tenemos que aprender a inventarnos una vida, crearla, imaginarla. Necesitamos que nos enseñen esas capacidades; necesitamos guías que nos muestren cómo hacerlo. Si no lo hacemos, nuestras vidas acaban siendo controladas por los demás.
Los seres humanos siempre han formado grupos para imaginar cómo vivir mejor y ayudarse los unos a los otros a conseguirlo. La función esencial de la comunidad humana es alcanzar algún acuerdo sobre qué es lo que necesitamos, cómo debería ser la vida, qué queremos que aprendan nuestros niños, y, luego, colaborar en su aprendizaje y enseñanza para que ellos y nosotros podamos avanzar por el camino que creemos correcto.
Las comunidades pequeñas con tradiciones sólidas suelen tener claro el camino que quieren tomar, y lo enseñan muy bien. Pero la tradición puede cristalizar la imaginación hasta fosilizarla en un dogma e impedir las nuevas ideas. Las comunidades más grandes, tales como las ciudades, proporcionan el espacio necesario para que la gente imagine alternativas, aprenda de otros con tradiciones diferentes e invente sus propias maneras de vivir.
Conforme proliferan las alternativas, sin embargo, los que tienen la responsabilidad de enseñar encuentran poco consenso social y moral en lo relativo a lo que se debe enseñar: lo que se necesita, el modo en que se debe vivir. En nuestra época de grandes poblaciones siempre expuestas a las voces, imágenes y palabras reproducidas en pro del beneficio comercial y político, hay demasiada gente que quiere y puede inventarnos, poseernos, moldearnos y controlarnos a través de los medios de comunicación, que son cautivadores y poderosos. Es mucho pedir que, en medio de todo ello, un niño encuentre el camino por sí solo.
En realidad, nadie puede hacer gran cosa por sí solo.
Lo que necesita un niño, lo que todos necesitamos, es conocer a otra gente que haya imaginado la vida en líneas que tengan sentido y permitan cierta libertad, y escucharla. No oírla pasivamente, sino escucharla.
Escuchar es un acto de comunidad, que requiere un lugar, tiempo y silencio.
Leer es una manera de escuchar.
Leer no es tan pasivo como oír o ver. Es un acto: lo hacemos. Leemos a nuestro propio ritmo, a nuestra propia velocidad, no de acuerdo con la corriente incesante, incoherente, confusa y chillona de los medios de comunicación. Asimilamos lo que podemos y queremos asimilar, no lo que nos echan encima deprisa y con tal ímpetu y volumen que acabamos apabullados. Cuando leemos una historia, nos están contando algo, pero no quieren vendernos nada. Y aunque por lo general leemos en soledad, entramos en comunión con otras mentes. No nos lavan el cerebro ni nos reclutan ni nos utilizan; nos reunimos en un acto de la imaginación.
A mi entender, nada impide que los medios de comunicación creen una comunidad similar de la imaginación, como lo ha hecho con frecuencia el teatro en ciertas sociedades del pasado, pero no van a hacerlo. Se encuentran tan a merced de la publicidad y el lucro que los individuos más talentosos que trabajan en ellos, los artistas de verdad, aun si se resisten a las presiones de venderse, se ahogan en la incesante fiebre de novedad, en la codicia empresarial.
Buena parte de la literatura se libra de esa presión sencillamente porque muchísimos de sus autores están muertos y, por definición, no son codiciosos.
Además, no pocos poetas y novelistas vivos, por mucho que los editores persigan de forma abyecta las grandes ventas, continúan estando motivados no tanto por el deseo de obtener ganancias financieras cuanto por el anhelo de hacer lo que acaso harían gratis si pudieran permitírselo, es decir, practicar su arte: hacer algo bien, comprender alguna cosa. Por asombroso que parezca, los libros siguen siendo relativamente sinceros y fiables.
Puede que no sean «libros», por supuesto, que no sean tinta sobre pasta de papel, sino un parpadeo electrónico en la palma de la mano. Por muy incoherente y comercial que sea, por muy agusanada de pornografía y exageraciones y cháchara que esté, la publicación electrónica ofrece a los lectores un nuevo medio para conformar una comunidad activa. Lo importante no es la tecnología. Lo importante son las palabras. El hecho de compartir las palabras. La activación de la imaginación mediante la lectura de palabras.
El alfabetismo es importante porque la literatura son las instrucciones de uso. Es el mejor manual que tenemos. La guía más útil del país que visitamos: la vida.


Contar es escuchar, 2018.

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