Yo
era muchacho, casi niño, y quería dibujar. Mintiendo la edad, pude
mezclarme con los estudiantes que dibujaban una modelo desnuda. En
las clases, yo borroneaba papeles, peleando por encontrar líneas y
volúmenes. Aquella mujer en cueros, que iba cambiando de pose, era
un desafío para mi mano torpe y nada más: algo así como un jarrón
que respiraba.
Pero
una noche, en la parada del ómnibus, la vi vestida por primera vez.
Al subir al ómnibus, la pollera se alzó y le descubrió el
nacimiento del muslo. Y entonces mi cuerpo ardió.
Las palabras andantes, 1994.
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