Se veía incapaz de decirle a su
mujer que la engañaba. Al menos así, en frío, sin moverse siquiera
un poco. Temía que al quedarse de pie en un rincón le vinieran
rampas y que el bloqueo afectara también a sus cuerdas vocales. No
quería que le temblara la voz en un momento tan delicado. Así que
abrió el frigorífico y empezó a preparar una ensalada Waldorf.
Explicó que la cena de ayer con los amigos se alargó más de la
cuenta y cortó en juliana -después de lavarlos- cuatro tallos de
apio blanco. Que alguien propuso después ir a bailar a un sitio de
moda, que mezcló con dos manzanas peladas y cortadas a trozos, donde
coincidió con una compañera de universidad y media cucharada de
limón. Luego añadió 100 gramos de nueces peladas y batió la
mayonesa con la crema de leche, a la que no veía desde que acabó la
carrera, hasta formar una salsa muy fina. Y que cuando quiso darse
cuenta y mezcló todos los ingredientes, ya era demasiado tarde y
sirvió en un plato sobre lechuga picada.
Admitió
que era la primera vez y que, con un poco de práctica, podía
hacerlo mejor.
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