martes, 9 de febrero de 2021

1926. ¿Ande andas, Agatha Christie? Nieves Concostrina.

El mayor misterio de Agatha Christie no lo encontramos en ninguno de sus libros. El mayor misterio de Agatha Christie lo protagonizó la propia escritora en diciembre de 1926. El día 3 desapareció y no la encontraron hasta once días después. Ni ella pudo explicar qué pasó ni nadie ha podido explicarlo aún hoy.
¿Pudo ser víctima de un estado de fuga psicogénica o disociativa? Pues, sí, eso pudo ser según sospechan los que saben. Es un síndrome que contempla la psiquiatría desde hace más de un siglo, pero que no se tomó en serio, no se catalogó, hasta los años cincuenta. Consiste en que la persona afectada sufre una especie de amnesia que le hace olvidar quién es, pero a la vez se fabrica una nueva personalidad para escapar de una situación dolorosa. Todo ello, evidentemente, de forma inconsciente. Es como si la mente regateara a su propietario para fugarse de sí mismo.
Esa es una de las conjeturas psiquiátricas para explicar aquella desaparición de la escritora que durante once días trajo locos a los británicos, a Scotland Yard, a la prensa y a su familia. Sigue sin saberse exactamente qué pasó, aunque sí se sabe por qué pasó.
Y la culpa la tuvo su apellido.
El apellido de Agatha no era Christie. Ese era el de su marido, su primer marido. El típico esposo que deja a su mujer por su secretaria, en este caso una chica muy mona llamada Nancy Neele. Por las infidelidades de Archibald Christie se le fue la pinza a su esposa Agatha.
1926 fue un mal año para la escritora. Murió su madre, y ella estaba muy enmadrada; llegó su primer gran éxito, y a ella el éxito la estresaba; y su marido remató la faena pidiéndole el divorcio. Se puede decir que Agatha Christie gestionó malamente tanta calamidad junta y todo desembocó en la extravagante historia que viene a continuación.
La noche del 3 de diciembre Agatha dejó una nota a su secretaria que decía: «No estaré en casa esta noche. Mañana ya te diré dónde estoy», pero la escritora ya no volvió a dar señales de vida. El día 4 la policía encontró un coche en mitad de una colina de la campiña inglesa, abandonado cuesta abajo y fuera del camino. Dentro, un abrigo de piel y un carné de conducir a nombre de Agatha Christie. Saltaron las alarmas y comenzó la búsqueda.
Fueron a preguntar al marido, a quien, por cierto, pillaron en pleno enredo con Nancy, y el señor Archibald quitó importancia al asunto diciendo que probablemente esa desaparición fuera producto de la naturaleza dramática de su mujer. Se preocupó lo justo, pero no así la policía, que se entregó a la búsqueda de la reina del crimen destinando mil guardias que por primera vez emplearon aviones en la localización de una persona desaparecida. A los policías se sumaron quince mil voluntarios, y cazadores con sabuesos peinaron la campiña inglesa, pero nada.
Durante los once días que estuvo desaparecida no hubo la más mínima pista. Ni una. La solución al misterio se presentaría sola el 14 de diciembre, cuando dos músicos de un hotel balneario al norte de Inglaterra, en Harrogate, creían haber identificado a Agatha Christie gracias a las fotos que reproducían los periódicos porque la prensa estaba volcada con el caso de la desaparición de la escritora más famosa del momento, un misterio absolutamente apasionante.
Lo curioso es que esos periódicos era los mismos que leía Agatha Christie en el hotel, pero ella no se reconocía en las noticias. Se había desasociado tanto de sí misma que ya no sabía ni quién era.
Los músicos llamaron a la policía diciendo que en el hotel se alojaba una señora muy simpática y alegre que llevaba allí diez días, que bailaba el charlestón, tocaba el piano, jugaba al billar y cantaba. Hacía todo lo que no hacía Agatha Christie en su vida olvidada. Los músicos dijeron que esa señora se parecía mucho a la de los periódicos, pero ella decía llamarse Teresa Neele. Y Neele era el apellido de la amante de su marido.
La cabecita loca de Agatha creó unas cuantas fantasías que mezcló con su cruda realidad para fabricarse una nueva vida. Pero a la poli aún le faltaba hacer la prueba del algodón: acudir con alguien que identificara a la escritora cara a cara, y el único posible y más adecuado era precisamente el marido, el descastado del tal Archibald. Cuando avisaron a la señora Neele de que una visita la esperaba en recepción, ella bajó, se fue hacia su marido, extendió su mano y dijo: «Hola, me llamo Neele. Señorita Teresa Neele». Y el marido, cuajado. No le dijo eso de «anda, tira pa’casa», porque no tenía gran interés en recuperarla, pero ahí terminó un misterio que tuvo al país en vilo y comenzó otro que la psiquiatría sigue intentando explicar.
La policía reconstruyó los hechos a toro pasado, a base de testigos que fueron localizando o descubriendo que se habían cruzado, sin saberlo, con la escritora más famosa del momento. Uno que la vio en una estación, otro que la ayudó a arrancar el coche, otro que vio a una mujer andando sin abrigo y sin sombrero sola por el campo.
Su periplo se pudo reconstruir casi kilómetro a kilómetro, y el móvil de su desaparición también se averiguó, porque se supo que aquel 3 de diciembre, que era viernes, además de dejar la nota a su secretaria diciendo que esa noche no dormiría en casa, Agatha Christie dejó en casa su anillo de casada. Fue la misma noche en la que su marido le había pedido el divorcio para inmediatamente después salir de casa a pasar el fin de semana con su amante. Agatha no lo encajó.
Estuvo toda la madrugada conduciendo, deambulando, hasta que subió con el coche a una colina, soltó los frenos y lo dejó caer. Se sospecha que fue un intento de suicidio, pero el vehículo se frenó contra unos arbustos y ahí lo dejó. Cuando salió del coche iba tocada, por eso encontraron su abrigo dentro. Nadie en su sano juicio, con el biruji que hace en Inglaterra en diciembre, se deja el abrigo.
Desde allí llegó a una estación de ferrocarril, se subió a un tren, se bajó en otra estación, se subió a otro tren, llegó a Harrogate, tomó un taxi, pidió ir al hotel balneario y cuando se bajó de aquel coche ya era Teresa Neele. Parecía saber a dónde iba, o al menos su instinto lo sabía, porque días antes había pensado en ir a ese balneario con su marido.
La escritora hizo un tótum revolútum de realidad y fantasía, en algún momento abandonó a la infeliz Agatha Christie y nació la alegre Teresa Neele. Ese es el misterio que sigue intentando explicar la psiquiatría, porque no estaba diagnosticado. Era una semiamnesia que sonaba a pitorreo. Mucha gente se mosqueó con ella. Once días buscándola, todo dios preocupado y resulta que la señora estaba en un hotel de lujo bailando el charlestón. Ahora se considera una fuga disociativa, algo así como «yo me piro de mi vida, que no me gusta».
Por fortuna, no perdimos a Agatha Christie, porque aún estaban por llegar sus novelas más famosas. Volvió a la realidad y recuperó su capacidad para escribir. Estuvo en tratamiento psiquiátrico, con hipnosis, y fue recuperando su vida. Su marido, por aquello del qué dirán, aguantó sin divorciarse un año y pico más, pero acabó largándose con Nancy Neele.
De aquellos once días Agatha Christie nunca pudo explicar nada. Ella no estuvo en este mundo, pero se lo pasó en grande sin saberlo. Lo que da pena de toda esta historia es que Agatha Christie se hizo inmensamente famosa, se convirtió en la escritora más traducida del planeta, en la más leída de todos los tiempos, y resulta que inmortalizó el apellido del tipo que se la pegaba con otra.
Su segundo esposo, un tipo muy majo y muy cariñoso, el arqueólogo junto al que recorrió Oriente, junto al que se inspiró para sus más famosas novelas, habría merecido más prestar su apellido: Mallowan. Agatha Mallowan también le hubiera quedado muy bien a la reina del crimen.

Pretérito imperfecto. Historias del mundo desde el año de la pera hasta ya mismo, 2018.

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