A simple vista parecía imposible que mi cabeza pudiese salir por aquella minúscula abertura. Mi madre empujaba con fuerza. Yo, en medio de la oscuridad, intentaba colaborar a pesar de que la angustia confundía mi sentido de la orientación. Después de un impulso conjunto noté con alivio que la coronilla estaba fuera. Pero no cedimos hasta que por fin mis ojos se abrieron al otro lado, una vez traspasado por completo el estrecho cuello del jersey.
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