Aquel
andarín solitario cuando el atardecer de un día de octubre
vislumbra, entrevé, enterrado en dulces sombras por los hondones del
acantilado, allá el mar, allá un barco quieto, allá la caligrafía
de aves dibujadas, algo que semeja el cadáver de anciano vestido de
chaqué, peluquín, sombrero y botines de cuero. Viaje al cuartelillo
de la guardia civil, el sargento y dos números, cartucherín,
bigotes de caracol, caballo, marchen ar y ya están al rescate del
cadáver del viejito que no tiene rostro, está de costado, pero sí
sombrero, sí guantes, sí chaqué, sí peluquín, cuatro horas de
ahínco y ya el supuesto muerto asesinado se quitó la vida o perdió
pie cuando el paseo o... Corrillo de expectación, despejen o los
enhebro en el sable, pero no hubo ocasión pues como dejó constancia
con letra escolar, pulcra y limpia, de primor, en papel de barba el
sargento del puesto que firma y rubrica resultó ser un maniquí de
los Almacenes El Siglo, echado a la mar como cosa ya desbaratada por
el cansancio del uso.
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