Hay
una flor singular, de pétalos diminutos y blancura exquisita, que
crece en los desiertos de Argelia y cuyos ramilletes entretejidos
entre los rizos púbicos de las novias se usaban antiguamente en las
bodas nómadas. Su aroma azucarado, mezclado con el sudor que
transpiraban las jóvenes vírgenes bajo sus trajes, no tardaba en
llegar a la nariz del esposo, encendiendo bajo su cintura un fuego
tal que, al caer la noche, garantizaba la consumación exitosa del
matrimonio. Sin embargo, pocos conocían hasta ahora la existencia de
una especie minúscula de araña que anida en los pistilos de estas
flores y que, en ocasiones, ejercía de invitado imprevisto en el
lecho marital, llegándose a colar en lugares más recónditos donde
soltaba sus huevos y moría. La presencia de este parásito no se
detectaba hasta meses después del enlace, cuando la esposa
alumbraba a un bebé envuelto en crisálidas y -solo a veces-
parcialmente devorado por sus hermanas artrópodas.
Pelos. Microlocas, 2016. (Foto, Eva Díaz Riobello con un ejemplar del libro)
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