Todos los centinelas, que hoy
llámanse guardaespaldas, dieron en permitir el paso por la entrada
de la fastuosa villa al caballero que habíase apeado con su perro
del lujoso carruaje con motor de ocho cilindros. E yendo ellos así,
los recibió en la suntuosa sala el otro caballero también mui rico
e dueño de la casa.
—Tengo
por bien traer la mercancía —dixo el visitante poniendo en la mesa
un pequeño paquete—. No es menester loar que vuesa merced, como
homme entendido, ha de valorar justamente.
Cuando
esto hobo dicho, el dueño de la casa sacó de su bolsillo tremendo
fajo de billetes e la transacción iba a cerrarse con buen suceso,
sin non hobiese de por medio que presto un gato casero saltó sobre
la mesilla e ungullóse el atado de la mercancía. Estonce el perro
del visitante, un pastor alemán de malas pulgas, cayó sobre el gato
e matólo.
El
dueño de la casa, dolorido por la muerte de su gato, tomó una
pistola e disparó seis tiros contra el perro que dio una voltereta e
quedó con gran tiesura. El vendedor de la mercancía asió por una
oreja al dueño de casa e lo apuñaleó porque le matara su perro.
Presto los guardaespaldas fizieron papilla al chofer del visitante e
llegaron los del barrio del chofer e mataron a los guardaespaldas,
viniendo poco después los familiares destos que acabaron con los
parientes e los amigos del chofer e del visitante, mas arribaron por
fin los guardaespaldas deste último e se agarraron en lucha de todos
contra todos e matáronse unos a otros.
Dixo
la polecía que la causa de tanta mortandad fue la mercancía que era
una esmeralda o una onza de cocaína.
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