sábado, 19 de diciembre de 2020

La venganza de los hombres. Lord Dunsany.

Antes del Comienzo, los dioses dividieron la tierra en pasto y yermo.
Crearon pastos agradables que cubriesen la faz de la tierra, hicieron huertos en los valles, y parajes pelados en lo alto de los montes; pero a Harza la condenaron, sentenciaron y predestinaron a ser eternamente erial.
Cuando, al atardecer, el mundo rezaba a los dioses, los dioses escuchaban sus plegarias; pero se olvidaban de las oraciones de las tribus de Arim. Así que los hombres de Arim eran agobiados por las guerras, y arrojados de una tierra a otra, aunque no se dejaban aplastar. Y el pueblo de Arim se dio sus propios dioses, erigiendo en dioses a sus hombres, hasta que los dioses de Pegana volviesen a acordarse de ellos. Y sus jefes Yoth y Haneth, haciendo de dioses, siguieron guiando a su pueblo aunque eran acosados por todas las tribus. Por último, llegaron a Harza, donde no había tribus, y descansaron al fin de la guerra; y dijeron Yoth y Haneth: «La tarea ha concluido; ahora, sin duda, los dioses de Pegana se acordarán de nosotros» . Y construyeron una ciudad en Harza, y cultivaron el suelo, y el verdor se propagó por el erial como se propaga el viento en el mar; y entonces hubo frutos y ganado en Harza, y rumor de miles de ovejas. Allí descansaron de su constante huir de todas las tribus, y elaboraron fábulas sobre sus sufrimientos, hasta que todos los hombres sonrieron en Harza, y los niños rieron con alegría.
Entonces dijeron los dioses: «No es la tierra lugar para reír» . Tras lo cual salieron a las puertas de Pegana, donde dormía encogida la Pestilencia; y despertándola, le señalaron hacia Harza. Y la Pestilencia cruzó el cielo a saltos entre aullidos.
Esa noche llegó a los campos cercanos a Harza; se internó en la yerba, se tumbó, miró airadamente las luces, se lamió las zarpas, y volvió a quedarse mirando las luces.
Pero a la noche siguiente, invisible, recorrió la ciudad entre la alegre muchedumbre, entró solapadamente en las casas, una tras otra, y se asomó a los ojos de los hombres, penetrando incluso sus párpados; de manera que cuando llegó la mañana siguiente, los hombres miraron ante sí, y exclamaron que veían la Pestilencia, aunque otros no, y murieron a continuación; porque los ojos verdes de la Pestilencia se habían asomado a sus almas. Fría y húmeda era; aunque brotaba un calor de sus ojos que abrasaba las almas de los hombres.
Entonces vinieron los físicos y los hombres versados en artes mágicas, e hicieron el signo de los físicos y el signo de los magos; asperjaron agua azul sobre yerbas medicinales, y salodiaron conjuros; pero la Pestilencia siguió visitando casa tras casa, y asomándose a las almas de los hombres. Y las vidas de las gentes escapaban en bandada de Harza; y en muchos libros se consigna adónde iban. Sin embargo, la Pestilencia seguía cebándose en la luz que irradian los ojos de los hombres, y nunca acababa de saciar su hambre; y se volvía más fría y húmeda, y el calor de sus ojos aumentaba mientras, noche tras noche, galopaba por la ciudad sin cuidarse ya de disimulos.
Entonces los hom bres de Harza rezaron a los dioses, diciendo:
—¡Altos dioses! Sed clementes con Harza.
Y los dioses escucharon sus plegarias; pero a la vez que escuchaban, señalaron con el dedo y animaron a la Pestilencia a seguir. Y, a las voces de sus amos, la Pestilencia se volvía más osada, y acercaba el hocico a los ojos de los hombres.
Nadie podía verla, sino aquellos a quienes atacaba. Al principio dormía de día acurrucada en oscuras cavidades; pero cuando su hambre aumentó, empezó a salir incluso a la luz del sol; y se agarraba al pecho de los hombres, y les hundía su mirada en los ojos hasta secarles el alma, al extremo de que casi la podían ver confusamente los que no eran golpeados por ella.
Hallábase Adro, el físico, en su aposento, confeccionando en un cuenco, a la luz de una vela, una mixtura que ahuyentase a la Pestilencia, cuando entró por la puerta un soplo que hizo parpadear la llama.
Dado que el aire era frío, el físico se estremeció, se levantó y cerró la puerta; pero al volverse para regresar a su silla, vio a la Pestilencia dando lengüetadas en la mixtura; a continuación saltó y echó una zarpa al hombro de Adro y otra a su capa, al tiempo que con las otras dos le agarraba por la cintura; y así, le miró intensamente a los ojos.
Pasaban dos hombres por la calle; y uno le dijo al otro: « Mañana cenaré contigo».
Y la Pestilencia esbozó una sonrisa que nadie llegó a ver, enseñando sus dientes goteantes, y corrió a ver si al día siguiente cenaban juntos aquellos dos hombres.
Y dijo un viajero al llegar: «Esto es Harza. Aquí descansaré» .
Pero esa jornada, su vida viajó más allá de Harza.
A todos tenía amedrentados la Pestilencia; y aquéllos a quienes hería, la veían. Pero nadie veía las grandes figuras de los dioses, a la luz de las estrellas, azuzando a Su Pestilencia…
Entonces los hombres abandonaron Harza; y la Pestilencia acosó a los perros y las ratas, y saltó sobre los murciélagos al pasar por encima de ella, todos los cuales morían y quedaban esparcidos por las calles. Pero no tardó en dar la vuelta, y perseguir a los hombres que huían de Harza; y se apostó junto a los ríos donde se acercaban a beber, lejos de la ciudad. Entonces regresó a Harza el pueblo de Harza, todavía perseguido por la Pestilencia, y se congregó en el Templo de Todos los dioses excepto Uno; y dijo el pueblo al Sumo Profeta:
«¿Qué podemos hacer ahora?» A lo que éste respondió:
—Todos los dioses se han burlado de las plegarias. Este pecado debe ser castigado para venganza de los hombres.
Y el pueblo se sintió aterrado.
El Sumo Profeta subió a la Torre bajo el cielo donde convergían las miradas de todos los dioses a la luz de las estrellas. Allí, a la vista de los dioses, alzó la voz para que le oyesen, y dijo: « ¡Altos dioses! Os habéis mofado de los hombres.
Sabed, pues, que está escrito en la tradición antigua, y bien fundado en la profecía, que hay un FIN que aguarda a los dioses, los cuales saldrán de Pegana en galeras de oro, y bajarán por el Río Silente hasta el Mar del Silencio, donde Sus galeras se elevarán en la niebla, y dejarán de ser dioses. Y los hombres encontrarán finalmente protección de las burlas de los dioses en la tierra húmeda y cálida; en cuanto a los dioses, jamás dejarán de ser Seres que fueron dioses.
Cuando el Tiempo y los mundos y la muerte se hayan ido, nada quedará, sino cansados remordimientos y Seres que en un tiempo fueron dioses.» Digo esto a la vista de los dioses.» Para que lo oigan los dioses» .
Entonces los dioses gritaron al unísono, señalaron con la mano la garganta del Profeta, y la Pestilencia se abalanzó sobre él.
Hace mucho que ha muerto el Sumo Profeta, y los hombres han olvidado sus palabras; y los dioses no saben si es cierto que EL FIN está esperando a los dioses, pues han dado muerte a quien podía habérselo dicho. Y los Dioses de Pegana sienten que el miedo ha caído sobre Ellos para venganza de los hombres; pues no saben cuándo vendrá ese FIN, ni si es cierto que llegará.

Los dioses de Pegana. 1905.

No hay comentarios:

Publicar un comentario