Antes del Comienzo,
los dioses dividieron la tierra en pasto y yermo.
Crearon pastos
agradables que cubriesen la faz de la tierra, hicieron huertos en los
valles, y parajes pelados en lo alto de los montes; pero a Harza la
condenaron, sentenciaron y predestinaron a ser eternamente erial.
Cuando, al
atardecer, el mundo rezaba a los dioses, los dioses escuchaban sus
plegarias; pero se olvidaban de las oraciones de las tribus de Arim.
Así que los hombres de Arim eran agobiados por las guerras, y
arrojados de una tierra a otra, aunque no se dejaban aplastar. Y el
pueblo de Arim se dio sus propios dioses, erigiendo en dioses a sus
hombres, hasta que los dioses de Pegana volviesen a acordarse de
ellos. Y sus jefes Yoth y Haneth, haciendo de dioses, siguieron
guiando a su pueblo aunque eran acosados por todas las tribus. Por
último, llegaron a Harza, donde no había tribus, y descansaron al
fin de la guerra; y dijeron Yoth y Haneth: «La tarea ha concluido;
ahora, sin duda, los dioses de Pegana se acordarán de nosotros» . Y
construyeron una ciudad en Harza, y cultivaron el suelo, y el verdor
se propagó por el erial como se propaga el viento en el mar; y
entonces hubo frutos y ganado en Harza, y rumor de miles de ovejas.
Allí descansaron de su constante huir de todas las tribus, y
elaboraron fábulas sobre sus sufrimientos, hasta que todos los
hombres sonrieron en Harza, y los niños rieron con alegría.
Entonces dijeron los
dioses: «No es la tierra lugar para reír» . Tras lo cual salieron
a las puertas de Pegana, donde dormía encogida la Pestilencia; y
despertándola, le señalaron hacia Harza. Y la Pestilencia cruzó el
cielo a saltos entre aullidos.
Esa noche llegó a
los campos cercanos a Harza; se internó en la yerba, se tumbó, miró
airadamente las luces, se lamió las zarpas, y volvió a quedarse
mirando las luces.
Pero a la noche
siguiente, invisible, recorrió la ciudad entre la alegre
muchedumbre, entró solapadamente en las casas, una tras otra, y se
asomó a los ojos de los hombres, penetrando incluso sus párpados;
de manera que cuando llegó la mañana siguiente, los hombres miraron
ante sí, y exclamaron que veían la Pestilencia, aunque otros no, y
murieron a continuación; porque los ojos verdes de la Pestilencia se
habían asomado a sus almas. Fría y húmeda era; aunque brotaba un
calor de sus ojos que abrasaba las almas de los hombres.
Entonces vinieron
los físicos y los hombres versados en artes mágicas, e hicieron el
signo de los físicos y el signo de los magos; asperjaron agua azul
sobre yerbas medicinales, y salodiaron conjuros; pero la Pestilencia
siguió visitando casa tras casa, y asomándose a las almas de los
hombres. Y las vidas de las gentes escapaban en bandada de Harza; y
en muchos libros se consigna adónde iban. Sin embargo, la
Pestilencia seguía cebándose en la luz que irradian los ojos de los
hombres, y nunca acababa de saciar su hambre; y se volvía más fría
y húmeda, y el calor de sus ojos aumentaba mientras, noche tras
noche, galopaba por la ciudad sin cuidarse ya de disimulos.
Entonces los hom
bres de Harza rezaron a los dioses, diciendo:
—¡Altos dioses!
Sed clementes con Harza.
Y los dioses
escucharon sus plegarias; pero a la vez que escuchaban, señalaron
con el dedo y animaron a la Pestilencia a seguir. Y, a las voces de
sus amos, la Pestilencia se volvía más osada, y acercaba el hocico
a los ojos de los hombres.
Nadie podía verla,
sino aquellos a quienes atacaba. Al principio dormía de día
acurrucada en oscuras cavidades; pero cuando su hambre aumentó,
empezó a salir incluso a la luz del sol; y se agarraba al pecho de
los hombres, y les hundía su mirada en los ojos hasta secarles el
alma, al extremo de que casi la podían ver confusamente los que no
eran golpeados por ella.
Hallábase Adro, el
físico, en su aposento, confeccionando en un cuenco, a la luz de una
vela, una mixtura que ahuyentase a la Pestilencia, cuando entró por
la puerta un soplo que hizo parpadear la llama.
Dado que el aire era
frío, el físico se estremeció, se levantó y cerró la puerta;
pero al volverse para regresar a su silla, vio a la Pestilencia dando
lengüetadas en la mixtura; a continuación saltó y echó una zarpa
al hombro de Adro y otra a su capa, al tiempo que con las otras dos
le agarraba por la cintura; y así, le miró intensamente a los ojos.
Pasaban dos hombres
por la calle; y uno le dijo al otro: « Mañana cenaré contigo».
Y la Pestilencia
esbozó una sonrisa que nadie llegó a ver, enseñando sus dientes
goteantes, y corrió a ver si al día siguiente cenaban juntos
aquellos dos hombres.
Y dijo un viajero al
llegar: «Esto es Harza. Aquí descansaré» .
Pero esa jornada, su
vida viajó más allá de Harza.
A todos tenía
amedrentados la Pestilencia; y aquéllos a quienes hería, la veían.
Pero nadie veía las grandes figuras de los dioses, a la luz de las
estrellas, azuzando a Su Pestilencia…
Entonces los hombres
abandonaron Harza; y la Pestilencia acosó a los perros y las ratas,
y saltó sobre los murciélagos al pasar por encima de ella, todos
los cuales morían y quedaban esparcidos por las calles. Pero no
tardó en dar la vuelta, y perseguir a los hombres que huían de
Harza; y se apostó junto a los ríos donde se acercaban a beber,
lejos de la ciudad. Entonces regresó a Harza el pueblo de Harza,
todavía perseguido por la Pestilencia, y se congregó en el Templo
de Todos los dioses excepto Uno; y dijo el pueblo al Sumo Profeta:
«¿Qué podemos
hacer ahora?» A lo que éste respondió:
—Todos los dioses
se han burlado de las plegarias. Este pecado debe ser castigado para
venganza de los hombres.
Y el pueblo se
sintió aterrado.
El Sumo Profeta
subió a la Torre bajo el cielo donde convergían las miradas de
todos los dioses a la luz de las estrellas. Allí, a la vista de los
dioses, alzó la voz para que le oyesen, y dijo: « ¡Altos dioses!
Os habéis mofado de los hombres.
Sabed, pues, que
está escrito en la tradición antigua, y bien fundado en la
profecía, que hay un FIN que aguarda a los dioses, los cuales
saldrán de Pegana en galeras de oro, y bajarán por el Río Silente
hasta el Mar del Silencio, donde Sus galeras se elevarán en la
niebla, y dejarán de ser dioses. Y los hombres encontrarán
finalmente protección de las burlas de los dioses en la tierra
húmeda y cálida; en cuanto a los dioses, jamás dejarán de ser
Seres que fueron dioses.
Cuando el Tiempo y
los mundos y la muerte se hayan ido, nada quedará, sino cansados
remordimientos y Seres que en un tiempo fueron dioses.» Digo esto a
la vista de los dioses.» Para que lo oigan los dioses» .
Entonces los dioses
gritaron al unísono, señalaron con la mano la garganta del Profeta,
y la Pestilencia se abalanzó sobre él.
Hace mucho que ha
muerto el Sumo Profeta, y los hombres han olvidado sus palabras; y
los dioses no saben si es cierto que EL FIN está esperando a los
dioses, pues han dado muerte a quien podía habérselo dicho. Y los
Dioses de Pegana sienten que el miedo ha caído sobre Ellos para
venganza de los hombres; pues no saben cuándo vendrá ese FIN, ni si
es cierto que llegará.
Los dioses de Pegana. 1905.
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