Mi origen eres Tú. Mi nacimiento a
Ti se lleva a cabo día a día.
Mi
padre era judío, mi madre era judía. La vida cortó el cordón; me
empapó en un mar de cenizas, en un océano de lágrimas, de gritos,
de sangre.
Nadie
vino a lavarme, a levantarme, a envolverme en su mirada. Nadie se
inclinó sobre mí, sobre nosotros, cuando caíamos en la hoguera del
infierno, encendido por Tus criaturas enfurecidas, ángeles de alas
negras.
Nos
arrojamos a la tierra, al agua, al olvido, para que nadie se acordase
de nosotros.
La
tierra nos absorbía, el agua nos arrastraba.
En
silencio observaste cómo Tu pueblo quedaba reducido a polvo.
Mi
corazón se cerró como una lápida.
Me
rebelé contra Ti, sin conocerte, ante Tu ceguera, ante Tu sordera,
ante Tu creación del revés.
Aún
hoy sigo oyendo el tornado de gemidos que Te alababan, Te imploraban,
Te llamaban por Tu nombre antes de dejarse consumir.
A
los veinticuatro años, me invitas a acoger a esos millones de
inocentes que hoy comparten Tu gloria.
Busco
Tu mirada, Dios del día y de la noche.
En
ella poso esos millares de soles quemados.
¡Ah,
poder ofrecer esas brasas ardientes, por fin liberadas!
Cuatro mendrugos de pan, 2012.
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