Tras meses de entrenamiento, el aprendiz logró ver
al ángel atrapado en el mármol. Tomó el cincel y martilló hasta tener su figura
bien definida, a unos milímetros de tocar su carne. Pero la piedra se agrietó.
El ángel extendió sus alas, se sacudió los guijarros y emprendió el vuelo sin
más.
–No te preocupes –lo consoló el maestro escultor–, a
todos se nos escapa el primero.
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