El
timbre en los monasterios hace yin-yang.
—¡Maldita mosca!
Pero antes de poder levantar el brazo para asestar
el certero golpe, el desesperante zumbido cesó y el monje se dio cuenta de
repente: aquella mosca había descubierto su lugar exacto en el universo, había
alcanzado la iluminación logrando el equilibrio perfecto y se desvaneció como
si nunca hubiese existido.
—¡Maldita mosca! —dijo el monje y en su voz había
envidia.
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