Pienso,
luego soy, dijo el hombre famoso. Los árboles de mi jardín son, pero no creo
que piensen, con lo que se demuestra que el señor Renato no estaba en su sano
juicio y que lo mismo sucede con otros seres: mi suegro, por ejemplo: es y no
piensa, o mi editor, que piensa y no es. Y si lo ponemos al revés, tampoco es
cierto. No existo porque pienso ni pienso porque existo.
Pensar es cierto, existir es un mito. Yo no existo,
sobrevivo, vivir —lo que se dice vivir— sólo los que no piensan. Los que se
ponen a pensar no viven. La injusticia es demasiado evidente. Bastaría pensar
para suicidarse. No; don Descartes: vivo, luego no pienso, si pensara no
viviría. Hasta se podría hacer un bonito soneto: Pienso luego no vivo, si viviera, no pensara, señor…, etc., etc. Si
para vivir se necesitara pensar, estábamos lucidos. Pero, en fin, si ustedes
están convencidos de que así es, soy inocente, totalmente inocente ya que no
pienso ni quiero pensar. Luego si no
pienso no soy y si no soy ¿cómo voy a ser responsable de esa muerte?
Crímenes ejemplares. Max Aub, 1957.
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