La cierva pasta con sus crías. El león se arroja
sobre la cierva, que logra huir. El cazador sorprende al león y a la cierva en
su carrera y prepara el fusil. Piensa: si mato al león tendré un buen trofeo,
pero si mato a la cierva tendré trofeo y podré comerme su exquisita pata a la
cazadora. De golpe, algo ha sobrecogido a la cierva. Piensa: si el león no me
alcanza, ¿volverá y se comerá a mis hijos? Precisamente el león está pensando:
¿para qué me canso con la madre cuando, sin ningún esfuerzo, podría comerme a
las crías? Cierva, león y cazador se han detenido simultáneamente.
Desconcertados, se miran. No saben que, por una coincidencia sumamente improbable,
participan de un instante de perplejidad universal. Peces suspendidos a media
agua, aves quietas como colgadas del cielo, todo ser animado que habita sobre
la Tierra duda sin atinar a hacer un movimiento. Es el único, brevísimo hueco
que se ha producido en la historia del mundo. Con el disparo del cazador se
reanuda la vida.
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