Cuando cercené el cordón umbilical que me unía a mi
tierra y emigré en busca del sueño americano, no imaginé que despertaría subido
a la cornisa de la última planta de un rascacielos. Allí arriba la realidad es
que eres una mota insignificante de polvo. Y, si miras hacia abajo, no verás a
gente ansiosa esperando el veredicto de si saltas o no, solo los contornos difusos
de los vehículos atascados y de las personas yendo de un lado para otro
mientras miran una y otra vez su reloj, sin percatarse de que no van a llegar a
tiempo para disfrutar la vida. En lo más alto de la ciudad, solo tú, las nubes
y los rayos de sol alumbrándote como si fueran los focos de un circo. Incluso
cuando saltas al vacío y caes en la calle de pie y sigues caminando con tu
maletín lleno de despechos, nadie se inmuta.
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