Oír el canto de los pájaros, oírlos hasta descubrir
cuál de ellos hace del canto el gorjeo más invencible.
Después oír el aullido de los perros, oírlos hasta
descubrir cuál de ellos alcanza el gemido más desgarrador.
Y así, hasta finalmente descubrir cómo es en la
alegría y en el desamparo la voz de Dios.
Lo demás, su atroz silencio, ya lo conocemos.
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