En
la mesa de al lado, a la hora del git-tonic, hablaban un hombre y una
mujer, quizá compañeros de oficina. Él le decía que continuamente
se le ocurrían ideas absurdas.
-¿Qué
clase de ideas? -preguntaba ella.
-Ayer,
por ejemplo, en el avión, me dio por calcular cuántos dedos
reuníamos entre todos los pasajeros. Volábamos 120 personas,
incluida la tripulación, de modo que me salieron 1.200 dedos.
-Sin
contar los de los pies, claro -matizó ella.
-Es
que yo a los de los pies no los considero dedos en sentido estricto
porque no sirven para nada.
La
mujer asintió con alguna reserva, pero le animó a continuar.
-1.200
dedos -añadió él- son muchos dedos, ¿no te parece? Estamos
hablando de 1.200 uñas y de 3.600 falanges, si no hice mal los
cálculos. Total que me dio por imaginar qué habrían hecho esos
dedos a lo largo de su vida.
-Pellizcar
pan -dijo ella.
-Y
pezones -añadió él.
-Sujetar
lápices.
-Moldear
plastilina.
-Sostener
cucharas y tazas de té.
-Pasar
páginas de los periódicos.
-Desabrochar
botones.
Estuvieron
un rato compitiendo por ver a quién se le ocurrían más cosas. Yo,
que andaba por el segundo git-tonic, enumeré para mí mismo unas
cuantas (dejar huellas dactilares, hacer agujeros en la masa de las
empanadas, electrocutarse en los enchufes…). Luego comenzaron a
imaginar dónde se habrían metido algunos de aquellos dedos. La
mujer habló de los agujeritos de la pared sin especificar a qué
agujeritos se refería. Él mencionó la entrada de los hormigueros.
Por mi parte, recordé haber metido los míos en los bolsillos de la
chaqueta de mi padre. A continuación él mencionó las narices y
ella se ruborizó. De modo que no siguieron hablando de los agujeros
corporales, pero a los tres se nos ocurrieron unos cuantos. Pedí
otro gin-tonic.
Articuentos escogidos, 2012.
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