viernes, 9 de agosto de 2019

Agujeros. Juan José Millás.

En la mesa de al lado, a la hora del git-tonic, hablaban un hombre y una mujer, quizá compañeros de oficina. Él le decía que continuamente se le ocurrían ideas absurdas.
-¿Qué clase de ideas? -preguntaba ella.
-Ayer, por ejemplo, en el avión, me dio por calcular cuántos dedos reuníamos entre todos los pasajeros. Volábamos 120 personas, incluida la tripulación, de modo que me salieron 1.200 dedos.
-Sin contar los de los pies, claro -matizó ella.
-Es que yo a los de los pies no los considero dedos en sentido estricto porque no sirven para nada.
La mujer asintió con alguna reserva, pero le animó a continuar.
-1.200 dedos -añadió él- son muchos dedos, ¿no te parece? Estamos hablando de 1.200 uñas y de 3.600 falanges, si no hice mal los cálculos. Total que me dio por imaginar qué habrían hecho esos dedos a lo largo de su vida.
-Pellizcar pan -dijo ella.
-Y pezones -añadió él.
-Sujetar lápices.
-Moldear plastilina.
-Sostener cucharas y tazas de té.
-Pasar páginas de los periódicos.
-Desabrochar botones.
Estuvieron un rato compitiendo por ver a quién se le ocurrían más cosas. Yo, que andaba por el segundo git-tonic, enumeré para mí mismo unas cuantas (dejar huellas dactilares, hacer agujeros en la masa de las empanadas, electrocutarse en los enchufes…). Luego comenzaron a imaginar dónde se habrían metido algunos de aquellos dedos. La mujer habló de los agujeritos de la pared sin especificar a qué agujeritos se refería. Él mencionó la entrada de los hormigueros. Por mi parte, recordé haber metido los míos en los bolsillos de la chaqueta de mi padre. A continuación él mencionó las narices y ella se ruborizó. De modo que no siguieron hablando de los agujeros corporales, pero a los tres se nos ocurrieron unos cuantos. Pedí otro gin-tonic.

Articuentos escogidos, 2012.
 

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