sábado, 17 de agosto de 2019

Los adioses elegidos. Fernando León de Aranoa.

En la estación de Vitebsk, entre un puesto pequeño de souvenirs y un estanco en el que venden tabaco para liar Occidental Fuerte, hay un comercio de despedidas. Allí, los viajeros solitarios eligen la que mejor se acomodará a su partida de acuerdo con su estado de ánimo y con sus posibilidades económicas.
Por una cantidad ciertamente razonable, en él se puede encontrar desde el apretón de manos formal y económico de un conocido reciente hasta el abrazo sincero de un amigo muy querido; también la despedida emocionada en el andén de una familia al completo, con sus abrígate mucho y sus llama cuando llegues, sus lamentos y su llanto inconsolable, en el que se empeñan a conciencia cinco intérpretes de sólida formación actoral y diferentes edades.
La despedida más solicitada es sin embargo el beso con abrazo prolongado de una bella enamorada. Su ternura susurrada deja en nuestra solapa un leve rastro de jazmines que tarda varios kilómetros en desaparecer. Promesas de inmediato reencuentro, juramentos de fidelidad y llamada diaria, se acompañan de los lógicos reproches por la indeseada partida, que conceden verosimilitud a la escena.

Por un insignificante suplemento, la enamorada caminará unos metros por el andén en paralelo al tren, con su mirada emboscada en la nuestra, pronunciando palabras de amor que no podremos escuchar, porque lo impedirá el traqueteo creciente del tren y la indudable emoción del momento.
El arrullo de los adioses elegidos acompaña a los viajeros buena parte del trayecto, reconfortando su sueño con una levemente dolorosa, aunque necesaria, sensación de desarraigo.

Aquí yacen dragones, 2013.
 

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