No
sé si voy a poder. Ana siempre me dice que soy una cobardica, pero
no es por eso. Es que el imperdible está afiladísimo. Ni siquiera
me atrevo a sujetarlo muy cerca de la punta, no sea que me pinche el
dedo. Me dan muchísimo miedo las agujas. Las agujas duelen, y yo no
quiero hacerme daño, pero...
Pero
me tengo que atrever.
Me
tengo que atrever porque se lo he prometido a Julia y a Ana. Una
promesa de mejores amigas. Dicen que solo duele durante un momento, y
luego...
No
puedo.
Seguro
que pincha tanto como el aguijón de la avispa que me picó en la
piscina el verano pasado. Estaba jugando en el bordillo y apoyé la
mano encima del bicho sin darme cuenta. Nunca antes me había picado
una avispa y, más que un pinchazo, fue como si se me hubieran
clavado un par de cuchillos diminutos. La palma empezó a escocerme
muchísimo, y la picadura se me puso como una pelota, y se me empezó
a hinchar el brazo, y me tuvieron que llevar al ambulatorio, y la
doctora me puso una inyección enorme que acabó doliéndome más que
la propia picadura. Al principio me la quería poner en el brazo
pero, en cuanto la vi venir con la jeringuilla en la mano, me puse a
llorar y a moverme sin parar porque no quería que me pinchara. Las
agujas duelen. Al final, tuvo que pincharme en el cachete mientras
papá me sujetaba y mamá me tranquilizaba.
Ahora ni mamá ni
papá están conmigo. Estoy yo sola, delante del espejo del baño, y
no puedo llamarlos porque se van a enfadar muchísimo conmigo si se
enteran de lo que estoy haciendo. Seguro que me castigan sin ir al
cumpleaños esta tarde. Y yo tengo que ir al cumpleaños, se lo he
prometido a Julia y a Ana. Una promesa de mejores amigas. Les he
prometido que iré con pendientes, como ellas, porque así las tres
estaremos muy guapas.
Hoy Julia cumple diez años. Le han dado
permiso para hacerse los agujeros en las orejas y va a ir con su
hermano mayor a la farmacia para poder estrenar sus pendientes nuevos
en la fiesta. A Ana le hicieron los agujeros en el hospital cuando
nació, así que ella lleva pendientes desde que era un bebé. Pero
yo no tengo. Mamá y papá dicen que les daba pena hacerme daño y
que no querían decidir por mí, que a lo mejor cuando fuera mayor ni
siquiera me gustaba tener las orejas agujereadas. Pero ahora ya soy
mayor y he decidido que sí quiero agujeros en las orejas porque así
también podré ponerme pendientes. Bueno, hasta hace unos días no
quería, porque las agujas me dan muchísimo miedo. Las agujas
duelen. Pero ahora sí quiero. Casi todas las chicas de clase los
llevan, yo soy de las pocas que todavía no se han hecho los
agujeros. Y esta tarde quiero estar igual de guapa que ellas. Además,
se lo he prometido a Ana y a Julia. Una promesa de mejores amigas.
Lo
que pasa es que no se si me voy a atrever.
Pero me tengo que
atrever.
Respiro
hondo y me miro al espejo. Ensayo cómo voy a colocarme el pelo para
que me tape las orejas, y que mamá y papá no se den cuenta de lo
que he hecho ni me castiguen sin ir al cumpleaños. Después de un
rato, me atrevo a tocar la punta del imperdible con la yema del dedo,
y vuelvo a limpiarla con el alcohol que he cogido del botiquín. Ana
me ha dicho lo que tengo que hacer para que no se me infecten las
heridas y que me dolerá menos si me pongo un poco de hielo antes del
pinchazo. También me ha explicado que es muy importante ponerse algo
en el agujero justo después para que la herida no se me cierre. Miro
los pendientes que me ha prestado Julia. Son muy bonitos, iguales que
los que ella va a estrenar esta tarde, solo que plateados.
Cuento
hasta tres, contengo la respiración y cierro los ojos. Sé que no
debería cerrarlos, que si no miro puedo pincharme en el moflete o en
otro sitio, y que eso sería peor... No quiero ni pensarlo, pero es
que si los abro sé que no voy a atreverme a hacerlo.
Pero me
tengo que atrever, porque se lo he prometido a Julia y a Ana. Una
promesa de mejores amigas. No quiero que piensen que soy una cobarde
ni que se rían de mí. Quiero ponerme pendientes, porque los
pendientes son bonitos y te hacen estar guapa. Y yo también quiero
estar guapa, como todas las demás niñas de mi clase.
Tomo
impulso con el brazo, me acerco la aguja. Noto que la punta se me
clava y que algo caliente me resbala por la piel. Un escozor intenso
y desagradable me palpita en el lóbulo de la oreja. Como el picotazo
de la avispa, como el pinchazo de la aguja en el ambulatorio.
Cuando
abro los ojos y vuelvo a mirar, la niña que hay delante de mí no me
parece guapa. Está pálida y asustada, tiene la oreja manchada de
sangre reseca y las mejillas surcadas de lágrimas. Lágrimas que
brotan de unos ojos rojos, hinchados y avergonzados.
Las agujas
duelen.
No puedo. No me atrevo.
Y la verdad es que no me
quiero atrever.
Y no me tengo que atrever, si no quiero.
El futuro es femenino, 2018.
lindo y muy inspirador
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