Cuando
la noche lograba sobornar al silencio de nuestra casa, se ablandaban
las baldosas del pasillo. Entonces, solía caminar a hurtadillas
hasta el dormitorio de mi madre donde la observaba suspirar frente a
su cuaderno. En aquel preciso lugar, como el secreto mejor guardado,
era testigo de un acontecimiento sobrenatural: unos minúsculos seres
luminosos surgían de entre sus cabellos como chispas, salían
disparados en giros imposibles e iluminaban toda la habitación. En
ese instante, su rostro adquiría una peculiar tonalidad dorada y,
con una inusual energía, comenzaba a componer sin descanso sus
historias.
Yo permanecía escondida hasta que el brillante
espectáculo iba apagando su fulgor y, vencida por el cansancio,
regresaba a mi cama con el pensamiento lleno de sueños y fantasías
nuevas.
Pero no fue hasta que aquella noche apoyé mi cabeza
sobre la almohada, que percibí el parpadeo de una de esas criaturas
atrapada entre mis rizos.
Nunca se lo conté a nadie, pero
aquella mañana amanecí con mi primer verso escrito sobre la palma
de mi mano.
Esta noche te cuento. Diciembre 2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario