miércoles, 28 de agosto de 2019

El porvenir. Carlos Almira Picazo.

Heliodoro, el último bibliotecario, fue conducido ante la tienda negra, plantada en el jardín de lo que fuera el Palacio de Alejandría. Al poco vislumbró la silueta baja y rechoncha de Omar.
Entonces comprendió que nada de lo que pudiera decir sobre la Biblioteca de Alejandría conmovería a aquel hombre. Estaba pues, resuelto a quemarla. Con todo, aventuró:
-Señor, si le echáis un vistazo tal vez encontréis vos una razón para conservarla. si no, todo lo que yo diga no servirá para salvarla, y haréis lo que tengáis determinado.
-¿Y qué crees tú que tengo yo determinado?
-Incendiarla, señor.
-Explícame por qué no debería hacerlo -insistió-. Si tus libros dicen lo mismo que el Corán, entonces son superfluos por redundantes; pero si lo contradicen, son perniciosos y blasfemos. ¿Por qué no debería quemarlos?
-Tal vez el porvenir no piense como vos.
Omitió toda una vida de dedicación, las emociones que atesoraban para él los legajos; el encanto de las salas, las baldosas, las fuentes; los recoletos escondrijos, llenos de frescor y penumbra, donde se albergaban los rollos y, cada atardecer, entraba el canto intermitente de los pájaros.
-Solo Alah es sabio, pero puesto que amas tanto tu biblioteca, vete con ella a ese porvenir.
Poco después (el papiro y la laca ardían con facilidad) las llamas lamían el cielo aparentemente impasible, y la Biblioteca quedaba reducida a escombros.

 La llave dorada, 2014.

No hay comentarios:

Publicar un comentario